domingo, 9 de enero de 2011

El discreto encanto de la H (*). Mario Gallardo

William Kentridge

“No debes decir que me comprendes.”

Kafka en carta a Max Brod.


Cercado desde sus orígenes por la polémica, el absurdo y la modestia, su encanto, no obstante, se ha ido afirmando con la sorda persistencia que algunos envidiosos definen como característica inconfundible de los mediocres exitosos, condición sine qua non de quienes ven al mundo, pese a sus obvias limitaciones, como el teatro incuestionable de sus hazañas, el espacio vital en donde están predestinados a escribir la gesta inmarcesible de su doméstico triunfo histórico. Y así, con el discreto encanto del convidado de piedra, nombre y gentilicio campean a lo largo de las mejores páginas de la literatura universal, siempre asequibles para la pluma indecisa cuando de exhibir exóticos bizantinismos se trata.



Algo de su honda trascendencia atrajo a Vila-Matas, y al escribir Bartleby y compañía decidió incluir una referencia capciosa a un incierto colectivo de escritores hondureños que escribieron varias de las obras de B. B. Traven, el elusivo autor de El barco de la muerte y El tesoro de la Sierra Madre.



En su afán por resolver el enigma Traven (¿Quién fue Traven? ¿El cerrajero polaco llamado Feige? ¿O Ret Marut, el actor que se convirtió en periodista radical en la ciudad de Munich? ¿O el emigrante alemán o tal vez noruego que se llamaba Traven Torvsan y desembarcó en Tampico en 1942? ¿O sería el Hal Croves que en 1947 se presentó ante John Huston como el agente del autor de El tesoro de la Sierra Madre? ¿O, en otra desopilante versión, será que se trata del hijo ilegítimo, producto de los amoríos del Kaiser Guillermo con la actriz llamada Helen Mareck o Helen Maret?), Vila-Matas abreva de todas estas historias, pero es evidente que el narrador español se ve seducido por el discreto encanto al plantear la hipótesis que bajo el nombre B. Traven se escondía, en realidad, un colectivo de plumas nacionales, y así a la altura de la página 176 asegura: “Cuando se estrenó la película se puso de moda el misterio de la identidad de B. Traven. Se llegó a decir que detrás de ese nombre había un colectivo de escritores hondureños”. Tito Monterroso, a quien las narraciones de Vila-Matas le parecían poco menos que admirables, aseguró -en una entrevista publicada por la revista “Lateral” poco antes de su fallecimiento- que “la hipótesis no me parece tan descabellada, probablemente se trate de un grupo coordinado por mi viejo amigo Óscar Acosta, a quien siempre le han apasionado las ficciones misteriosas y retorcidas”.



Ni siquiera Borges pudo sustraerse a su encanto. En Borges. Esplendor y derrota, María Esther Vázquez afirma, en la página 350, que el ilustre narrador argentino pasó largos días cavilando sobre la posibilidad de ubicar el aleph a inmediaciones de la calle Honduras. Aunque Borges aclaró en su momento algunas claves personales que aparecen en “El Aleph”, Vázquez advierte que Georgie encontraba una “hermosa y bizarra analogía entre su esfera tornasolada de casi intolerable fulgor y la recia hondura del centroamericano onomástico, sin embargo, a última hora, en una decisión quizás influenciada por alguna charla con su madre, optó por la añeja casa de la calle Garay para que fuera el albergue del aleph de Carlos Argentino Daneri”. Esto no debe extrañarnos, ya conocemos la devoción de Borges por su madre y los gustos aristocráticos de doña Leonor que obviamente influyeron para que el nombre de la calle escogida evocara al segundo fundador de Buenos Aires: Juan de Garay (1528-1583), explorador y colonizador español.



Sobre este tema, el poeta Oscar Acosta, entrevistado por Carlos Rodríguez para la sección “El Personaje” de La Prensa, señaló que “en Borges quizás haya influido la fraterna amistad que desarrolló con el escritor hondureño Arturo Mejía Nieto, con quien compartieron intensas charlas en la sede de la Sociedad de Escritores Argentinos, junto a otros autores como Eduardo González Lanuza, Horacio Rega Molina, Evar Méndez, Conrado Nalé Roxlo, Norah Lange, Ricardo Molinari, Carlos Mastronardi, Roberto Arlt, Raúl González Tuñón, Nicolás Olivari, Jacobo Fijman y otros más.”



Más adelante, Acosta le dice a Rodríguez: “Tal vez fue durante una de esas tertulias que Borges supo de Honduras –a través de Mejía Nieto- y pensó en ubicar su aleph en la calle Honduras, para reforzar el simbolismo, pero luego pudo más la influencia de su madre y se decidió por la calle Garay, como refiere la señora María Esther Vázquez en su libro, aunque le aconsejo que investigue otras versiones, por ejemplo, le recomiendo la biografía de Borges escrita por Volodia Teitelboim, tal vez allí encuentre nuevos datos.”



Pero otro porteño de nuevo cuño, Alan Pauls, se dejó querer por la musicalidad abisal de su nombre y lo escogió para una de las últimas direcciones conocidas de ese vampiro detestable llamado Sofía, precisamente adonde se llevará al pequeño Lucio, disparatado secuestro que marca el final del matrimonio de Rímini y Carmen y, además, se convierte en el simbólico primer escaño del protagonista en su desbocado descenso a los infiernos. El episodio es entrecortado y sibilante -como la tos de un enfermo de enfisema- pero su simbología es clara, la asociación del nombre con el inicio de la debacle de Rímini: “Finalmente subió, mientras rumiaba una vaga represalia contra la zapatería o la marca, y al oír la dirección que daba Rímini –“Bulnes y Beruti, por favor”- corrigió: “Honduras al 3100”. Ante la sorpresa de Rímini, ese espectro vengador llamado Sofía le explicará que fue desalojada de su anterior apartamento mientras estaba en Alemania, pero la declaración final es alegórica in extremis: “Y conseguí Honduras, que tiene mil veces mejor vista”. Y así, en la página 305 de El pasado nos encontramos con que la sima insondable se ha esfumado, como por arte de magia, ante la irrupción de la panorámica altura.



Definido por Roberto Bolaño como un "melancólico que escribe como si viviera en el fondo de alguno de los muchos volcanes de su país", Horacio Castellanos Moya -desde su refugio en Frankfurt- le refirió a Deutsche Welle que, conocedor de su origen centroamericano, Pauls le había preguntado por esa nación de nombre tan recóndito. Castellanos Moya entonces se vio obligado a darle un crash course sobre su país de nacimiento (Tegucigalpa, 21 de noviembre de 1957), aunque le aclaró que, por formación cultural y afinidad electiva, era más salvadoreño que Roque Dalton, declaración que dicho sea de paso cayó como un balde de agua fría sobre los ingenuos pedagogos nacionales, seguidores acérrimos del jus solis, que para ese entonces planeaban otorgarle a HCM un doctorado honoris causa al estilo que acuñaron con Tito Monterroso, a quien importunaron con protocolares razones en su refugio mexicano apenas acabaron de leer Los buscadores de oro. Pero esa es otra historia, lo cierto es que Castellanos Moya le habló a Pauls, quien le seguía con contenida atención, sobre una historia compartida, acerca de la gratuidad del crimen, de los abusos de la derecha y de la izquierda, del deterioro de las utopías revolucionarias y el desencanto que comparten las naciones del istmo centroamericano. Una vez terminó de hablar Lacho, y tras darle una larga chupada a su cigarro, Pauls se limitó a decir: “Es un buen nombre para albergar a Sofía”.

Y ya que unas líneas atrás mencionamos al recordado Roberto Bolaño, justo es reconocerle la elegancia con que se dejaba seducir por el discreto encanto y la manera sutil y ligera con que desgranaba gentilicios a lo largo de las páginas de sus novelas más conocidas. Como en la página 57 de Los detectives salvajes, donde debemos rastrear el antecedente para no perdernos el sentido de la composición o, mejor dicho, del ménage à trois que representan Ernesto San Epifanio, el muchacho rubio (a quien luego conoceremos como Billy) y su hermana mayor: “Aproximadamente por la foto número veinte el muchacho rubio comenzaba a vestirse con la ropa de su hermana...a partir de la treinta o treintaicinco San Epifanio también se desnudaba...Las fotos siguientes mostraban a San Epifanio besando el cuello del adolescente rubio, sus labios, sus ojos, su espalda, su verga a media asta, su verga enhiesta (una verga, por lo demás, notable en un muchacho de apariencia tan delicada), bajo la siempre atenta mirada de su hermana...Tal y como temía las siguientes fotos mostraban al lector de Brian Patten enculando al adolescente rubio...El rostro del muchacho enculado se retorcía en una mueca que presumí de placer y de dolor mezclados”. Quizás la extensión y naturaleza de la cita anterior molesten a más de algún silvestre narrador vernáculo, pero era imprescindible para que comprendiéramos más cabalmente la siguiente afirmación, que cae como un bloque de mármol sobre nuestra lectura: “Es el hijo del embajador de Honduras -dijo San Epifanio lanzándome una mirada funesta-. Pero no se lo digas a nadie -añadió después, arrepentido de haberme confesado su secreto.”

Y páginas más adelante, exactamente en la 59, un aire de misterio complementa la revelación: “Así que el hijo del embajador de Honduras se llamaba Billy; muy apropiado, pensé”. No pueden ser más inescrutables las razones que tiene Juan García Madero –el poeta real visceralista cuya voz narrativa predomina en esta parte de la novela titulada “Mexicanos perdidos en México (1975)”- para afirmar que resulta “muy apropiado” que el hijo del embajador de Honduras, maricón para más señas y amante de otro poeta real visceralista, Antonio San Epifanio, se llame Billy. No obstante, G. Domínguez -anodino gacetillero que formó parte durante varios años de la sala de redacción de un diario nacional- me aseguró que no era más que una evidente alusión a cierto columnista de gustos sodomitas, quien medró en las páginas sociales de ese periódico durante la década perdida. Domínguez también me contó que dicho personaje era “el consentido” del jefe de redacción, un dipsómano empedernido de sonrisa perpetua sobre la faz inexpresiva, a quien el columnista aberrado y Sarah Dobles -su amiga del alma y conocida rufiana, que labró su fortuna “consiguiendo carne fresca de concurso de belleza” (sic) para los jefes militares de la década perdida- convidaban cada fin de semana a francachelas inacabables en su casa de playa, herencia que la compañía bananera había dejado al padre del sodomita, a quien se consideraba, además de obediente lamesuelas de los jerarcas de Cincinnati, coautor de la nefasta “Carta Rolston”. Según Domínguez, el columnista aberrado había vivido en México durante la época en que Bolaño ambienta su novela y quizás pudo servir de modelo para el “Billy” de San Epifanio, ya que de manera consuetudinaria desgranaba en sus “escritos” melancólicos recuerdos de su paso por “la región más transparente del aire”. Quizás los investigadores literarios del próximo siglo logren aclarar éste y otros misterios que concita la narrativa de Roberto Bolaño.

Pero otro tanto ocurre en su obra póstuma, 2666, donde el influjo del onomástico insondable es de mayor envergadura. Sin embargo, no debemos comer ansias, su discreta aparición se hará esperar hasta las últimas instancias de la novela, entre las páginas 1071 y 1073, en el segmento titulado “La parte de Archimboldi”, el cual citamos íntegro para después elaborar algunos comentarios pertinentes:

“Muchos años después, cuando su fortuna era más que considerable, Popescu se enamoró de una actriz centroamericana llamada Asunción Reyes, una mujer de una belleza extraordinaria, con la que se casó. La carrera de Asunción Reyes en el cine europeo (tanto en el francés como en el italiano y en el español) fue breve, pero las fiestas que dio y a las que asistió fueron, literalmente, innumerables. Un día Asunción Reyes le pidió que, ya que tenía tanto dinero, hiciera algo por su patria. Al principio Popescu creyó que Asunción se refería a Rumanía pero luego se dio cuenta de que hablaba de Honduras. Así que aquel año, por navidades, viajó con su mujer a Tegucigalpa, una ciudad que a Popescu, admirador de lo bizarro y de los contrastes, le pareció dividida en tres grupos o clanes bien diferenciados: los indios y los enfermos, que constituían la mayoría de la población, y los así llamados blancos, en realidad mestizos, que era la minoría que ostentaba el poder.

Todos gente simpática y degenerada, afectados por el calor y por la dieta alimenticia o por la falta de dieta alimenticia, gente abocada a la pesadilla.

Posibilidades de negocio había, de eso se dio cuenta en el acto, pero la naturaleza de los hondureños, incluso de los educados en Harvard, tendía al robo, a ser posible el robo con violencia, por lo que trató de olvidar su idea inicial. Pero Asunción Reyes insistió tanto que en el segundo viaje navideño que realizó se puso en contacto con las autoridades eclesiásticas del país, las únicas en las que confiaba. Una vez hecho el contacto y después de hablar con varios obispos y con el arzobispo de Tegucigalpa, Popescu estuvo meditando en qué ramo de la economía invertir el capital. Allí lo único que funcionaba y daba ganancias ya estaba en manos de los norteamericanos. Una tarde, sin embargo, durante una velada con el presidente y con la mujer del presidente, Asunción Reyes tuvo una idea genial. Se le ocurrió, sencillamente, que sería bonito que Tegucigalpa tuviera un metro como el de París. Popescu, que no se arredraba ante nada y que era capaz de ver los beneficios en la idea más peregrina, miró al presidente de Honduras a los ojos y le dijo que él podía construirlo. Todo el mundo se entusiasmó con el proyecto. Popescu se puso manos a la obra y ganó dinero. También ganó dinero el presidente y algunos ministros y secretarios.

Económicamente tampoco quedó mal parada la Iglesia. Hubo inauguraciones de fábricas de cemento y contratos con empresas francesas y norteamericanas. Hubo algunos muertos y varios desaparecidos. Los prolegómenos duraron más de quince años. Con Asunción Reyes Popescu encontró la felicidad, pero luego la perdió y se divorciaron. Olvidó el metro de Tegucigalpa. La muerte lo sorprendió en un hospital de París, durmiendo sobre un lecho de rosas.”

En su afán por iluminar algunos detalles en torno a esta alusión, la investigadora Helen Umaña, en su libro inédito Roberto Bolaño y la literatura nazi en Honduras, confirma que el autor chileno estuvo de visita varias veces en Tegucigalpa a fines de la década del 80. No fue necesario que tratara de preservar su anonimato porque, de hecho, en aquellos tiempos nadie conocía su gracia ni su obra por estos patrios lares. Umaña refiere que “una fuente fidedigna, que me rogó guardar su nombre bajo absoluta reserva”, le había confiado que Bolaño había visitado Tegucigalpa “para reforzar la investigación sobre su libro La literatura nazi en América, ya que fuentes cercanas al nimio y, dicho sea de paso, vitalicio director de la Editorial Universitaria, le habían informado que a fines de la II Guerra Mundial arribó al país un buen grupo de nazis de medio cuño, la resaca de los que no pudieron asilarse en Argentina, Chile, Brasil y Paraguay, quienes finalmente lograron establecerse en el sur, por la facilidad que les ofrecía, como posible ruta de escape, el puerto de

Amapala”.

A manera de conclusión, Umaña agrega que “en la historia de Popescu y su esposa hondureña Asunción Reyes es evidente que Bolaño, durante sus visitas a Honduras, pudo percibir algunas características de la vida nacional, y de esta suerte vemos retratada con singular fidelidad la importancia de las autoridades eclesiásticas, así como la influencia determinante de los Estados Unidos en la economía, aunque quizás resulta excesiva su observación sobre la pujanza del síndrome de Alí Babá entre nuestros connnacionales”.

(*) Advertencia del Editor. “Nota evidentemente incompleta y pedantísima

encontrada entre los papeles de Onán”.


Las virtudes de Onán (2007)

Cuando se llevaron la noche. María Eugenia Ramos

Dalí.


Cuando el cielo se oscureció, yo empezaba apenas a quitarme la ropa. Marcos me vio, sonrió con pereza y dijo:

—Va a llover.

—Sí —le contesté—. Así es mejor.

Aquella noche las cigarras cantaban con un toque especial, como a gritos. Había hecho demasiado calor durante el día. El sudor nos había pegado la ropa al cuerpo.

Cuando se empezaron a escuchar los primeros golpes en el techo de cinc, yo estaba cantando en mi interior una canción de Phil Collins, poniéndole la letra que se me antojó. Marcos estaba lejos, tal vez caminando sobre alguna duna. Cuando los golpes se hicieron demasiado fuertes, dejé de cantar y pellizqué a Marcos para que regresara. Él volvió con desgano, con un gesto de sufrimiento, como un niño al que desprenden abruptamente del pecho.

—¿Qué es eso? —pregunté.

—Granizo —había fastidio en su voz.

Pero entonces los golpes ya no eran aislados, sino un solo rumor, de avalancha cada vez más próxima. Salté de la cama y traté de ver por la ventana, pero la luz incierta de las seis de la tarde ya no estaba. En su lugar había una masa negra, y sentí una hebra helada que se me escurría dentro del corazón. Tragué saliva y me volví hacia Marcos.

—Marcos, ¿qué está pasando?

—Pues que está lloviendo, ¿no oís?

—No, es otra cosa —quería gritar, pero mi voz apenas se escuchaba. Quise apartar la cortina para mostrarle lo que no había, pero lo hice bruscamente y el trozo de tela floreada se me quedó en la mano.

—¿Qué estás haciendo? —se irritó Marcos—. ¿No ves que estoy desnudo? ¿Querés que nos vean e afuera?

—Pero Marcos, es que no hay nada, quiero decir, no se ve nada. No está.

—Estás loca. ¿Quién no está? —y se tiró de la cama, sábana en mano, para cubrir la ventana desnuda.

—La noche. Se llevaron la noche.

Él me miró y pude ver pasar por sus ojos la burla primero, después la incredulidad y por último un inicio de miedo.

—¿Estás tomando algo, o qué? Solo está lloviendo, ¿no entendés?

Me quedé callada. Él me tomó por un brazo, con cierta brusquedad.

—Vení, volvamos a la cama. Vamos a jugar de caballito.

—Marcos, por favor. Te digo que no está la noche.

—Qué joder, carajo. Te estás inventando esa estupidez. Si no querías acostarte conmigo, no hubieras venido.

—No, te juro que es cierto. Acercate, mirá.

—No, mirá vos —y sin soltarme el brazo, descorrió el pasador, abrió la ventana y me obligó a sacar la mano—. ¿Ves? ¿Sentís la lluvia?

—¡No, por favor!

Aunque Marcos me hacía estirar la mano con la palma hacia arriba, yo sentía que los dedos me rebotaban en una especie de colchón elástico. Definitivamente, el aire, la lluvia, las cigarras, el calor, la noche entera, ya no estaban.

Él me soltó despacio y comenzó a vestirse, diciéndome:

—Yo creo que estás jugando conmigo —su voz tenía un tono de rencor—. Tengo mucho que hacer y solo vine a estar un rato con vos. ¿No podés entender eso? Pero está bien, si no querés, no volvamos a vernos.

—Marcos, no te vayás, por favor. No podés irte. No hay adónde ir.

—Quedate vos con tu locura, si querés. Me voy.

Tiró la puerta con tanta violencia que la sábana mal puesta sobre la ventana cayó al suelo. Yo la tomé, me acurruqué en la cama y me envolví toda para no ver eso que estaba afuera en lugar de la noche. Y aquí estoy desde entonces, esperando que pasen las horas y que cualquiera de los dos, o juntos, Marcos y la noche, vuelvan por mi.


(De Una cierta nostalgia, Editorial Iberoamericana, Tegucigalpa, 2010. Segunda edición.)

martes, 4 de enero de 2011

El dolce stil nuovo en el mundo garcíamandiano. Armando García


Dr. Oscar Saramado

Graduado en el Istituto di Liingue e Letterature

Iberiche e Iberoamericane.

Universitá di Milano

y Profesor Titular de

St. Mary´s College of Chicago


No es costumbre nuestra hacer trabajos por encargo, pero a ruego de una colega hondureña, quien me remitió los originales del libro Hechos necios que acusáis…, realizaré la exégesis crítica a los cuentos del nobel escritor Armando García1.

No conocemos Honduras, pero en las estadísticas del Banco Mundial, reforzadas con las acuciosas investigaciones numismáticas y de profundo sentimiento crematístico de las ONG’s, se ha demostrado que el 58.9% de la población urbana y el 70% de la población rural son analfabetas2. Por lo tanto, para ilustrar a esta masa iletrada, es prioritario subsumirla en un adecuado tamiz que le permita orillarse al perfil de la crítica literaria científica. Ergo, evitaré los juicios de valor, el juego de profundidad, las aproximaciones subjetivas y los desprestigiados métodos estilísticos que rayan en el naif, por no decir primitivismo crítico a ultranza3.

Antes de principiar con mi labor hermenéutica es necesario señalar que mi aséptico bisturí hará una disección morfológico-sintáctica con base en el método que –modestamente- denominaré “método liquen”, es decir dialécticamente sincrético. Algunos elementos textuales, contextuales, intratextuales, infratextuales y subtextuales serán abordados –a posteriori- desde la óptica semiótica y del método sociológico dentro de una variante genética de Lucien Goldman y Michael Jordan cuyos libros –igual que los de la neopositivista Julia Kristeva, de Rita Coolidge y de Chris Cristhoperson- constituyen no sólo la piedra angular de mi formación sino también la cantera de toque para lograr hibridar la teoría del desarrollo social (versión althusseriana) y la imbatible lucidez del estructuralismo, tal como lo prescriben los maestros A. J. Greimas, Michel Foucault, Willy Van de Kerkoff, Roland Barthes y Jonathan Culler4.

Con lo anterior pretendo lograr una endoscopía que nos revele los elementos internos de la obra que, a partir de este momento, y para evitar distorsiones subjetivas, llamaremos “texto narrativo”, que no es lo mismo que “relato” o “historia”, como lo enuncian los grandes teóricos M. Galetrio y Felix Gerardo Valerianlinski en su libro Teoría de la narrativa (una introducción a la narratología), de la prestigiada editorial Cátedra, en su sección Crítica y Estudios Literarios. M. Galetrio-Valerialinski, recordando Las manzanas rojas del de kirguisio Chinguiz Aitmatov, sostienen que “los espacios en que suceden los acontecimientos reciben también una característica distintiva y se transforman en lugares específicos”, para continuar afirmando –como autoridades que son- que “además de las relaciones necesarias entre actores, acontecimientos, lugares y tiempo, todos los cuales eran descriptibles ya en el estrato de la fábula, pueden existir otras relaciones (simbólicas, lascivas, orogenitales y alusivas, etc.) entre los diversos elementos”. Lo anterior es muy bien aplicado por el autor a un espacio referencial como el hondureño de consecuencias diarias imprevisibles5.

Por otro lado –poliédricamente hablando- y según la Sociología de la Literatura, dentro de sus planteamientos de factura ortodóxica, el austro-húngaro Georg Lukács afirma: “la identidad del sujeto-objeto se sitúa en un nivel más fundamental, en la orientación que a su vez proviene del interior de la totalidad6. Totalidad que está en el todo de Hechos necios que acusáis… objeto visto como sujeto.

Para el objeto que hoy nos ocupa –Hechos necios que acusáis…- los detalles doctrinales y su evolución más compleja, en el abordamiento a veces ingenuo de los temas, ora colindantes con la pancarta, ora con el chispazo cuasi intelectual, ora jimaguas del sucio graffitti, viene a ser algo así como el Geschichte und Klassenbewusstsein de la literatura hondureña.

Pero volviendo a nuestro análisis, vemos que los actantes, específicamente en “Actos inmurales”, no tienen que ver nada con la realidad. Sí, la mordida de Bravonel que, al quedarse con parte del pantalón del excitado actante, provoca una función catalítica que evoluciona hacia una función cataléptica y el can se transforma de chucho atacante, en chucho-actante. Veamos: “Ella arrimada al muro”, sintagma que en el segmento II, como especie de mandoble o una verónica ante afilado cuerno, se contrapone al eufónico “Yo como pie de amigo” porque a partir de este momento se nota la “esterfurosa convulcante de las mátricas” por la excitación del actante I y lactante II7. ¿Por qué se sostiene lo anterior? Porque lo susodichos actantes convulsivamente casi llegan a una fusión con “móviles y tentetiesos” de subrayados matices catatónicos; porque separando los hemistiquios, se deja ver la cesura8. El autor trajina veredas de un hiperrealismo escatológico de raíces neovanguardistas que, sin una asimilación remojada de la realidad hondureña, trae por los pelos a un mal digerido H. Miller o a un mal fusilado y refocilado Boccaccio. De acuerdo con los postulados de la crítica científica, la formalización del anterior relato se demuestra con el siguiente análisis sémico:



Fig. 1: A propuesta de Mario Galetrio, fase previa a la intersección sémica entre los actantes que poseen semas diferentes.

Fig. 2 y 3: A propuesta de A. J. Greimas, fase de principio, calentamiento, balanceo, meseta y culminación sémica de los actuantes-actantes.

Fig. 4: A propuesta de Lacan y S. Freud, fase de sema interruptus y disyunción.

Fig. 5: A propuesta de Beny Moré, fase de post tocata y fuga del actante 1, realidad persecutoria provocada por actantes 3 y 4.

Adendum:

Simplifiqué en esquema el relato neobarroco de A. García, con influjo de Lezama Lima, para facilitar la realización de un guión cinematográfico ya que la kinésica histórica es un sintagma de condiciones paradigmáticas sumamente conocidas. (Cfr. Teoría de los semas de Pottier).

Por su transparencia, su calidad etérea, su modus operandi, sus evanescentes líneas de influjo nadaísta, su base filosófica nihilista, homóloga de la famosa página en blanco9, que nos retrotrae al exógeno sonido en off de los diexistas, el texto más acabado de este libro es “Hechos necios que acusáis…”, en donde el autor muestra una cierta exudación edipiana que el método sicoanalítico –en la fusión sicoanálisis y estructuralismo de Michel Foucault, Chac Lover y J Lacan- nos llevaría a la fuente misma del útero materno (probable influencia de Viaje a la semilla de A. Carpentier), simbolizado en este caso, en la rebelde e ilustre monja a quien mi particular amigo Octavio Paz, ganador del Premio Nobel de Literatura y otrora compañero de trabajo en el Campus de la prestigiada Columbia University, dedicó enjundioso estudio. Se nota en este texto una línea melódica de ritmo y desparpajo libertario de humor negro como en el jazz, a manera de un espejo convexo que nos recuerda a un alejado, enormísimo y juvenil Cortázar.

Por otra parte, podemos aplicar con toda propiedad el semanálisis de J. Kristeva al cuento “Diga usted si no es verdad”, cuento que trasunta un derroche seminal de la cúpula y la cópula militar en la utópica Honduras verde olivo del año 200010.

Analícese el siguiente esquema de categorías binarias.


También nuestra disección registra, en corte transversal, una gran deuda de recursos narrativos, por los elementos de anticipación, con la literatura faulkneriana en el cuento “Ese Melchor que todos ustedes conocemos” en donde se puede distinguir perfectamente varios tempi di tempo rezzagato que podríamos formalizar con el siguiente esquema:

1. Isocronía del actante 1 (recuérdese que lleva cámara en bandolera) y el sonido onomatopéyico del tren11. A este último también podríamos considerarlo actante mayor ya que García Márquez (según me he informado, pariente cercano del autor que hoy me ocupa) lo presenta como un animal prehistórico, una especie de cocina arrastrando un pueblo.

2. Elipsis. Si nos basamos en la acepción “de hacer mención al tiempo que se ha pasado por alto”12, el actante 1 no encuentra materialización en las escenas sucesivas porque no sabe cómo esconder las volantes. Estamos ante una elipsis pura: zeugma, LQQD.

3. Deceleración: presente en dos secuencias y en dos actantes: al parar la marcha el tren y al bajarse del mismo.

Hay textos narrativos donde García (el hondureño, favor no confundirlo con su pariente colombiano), en la sintaxis narrativa, se olvida que, al transgredir el lenguaje, la subversión de las palabras no es caprichosa sino que obedece al conocimiento de reglas que –ante el fenómeno de hipercodificación que apunta Umberto Eco- hay que saber violentarlo para que no suceda como el brujo que desata los conjuros y se vuelven contra él. Nos ocupamos, como es obvio, de “Hogar, dulce hogar”, cuento que, no obstante el título, es huérfano, sólo salvable por la sutil alusión al doméstico mensaje connotado. En este caso no nos obnubila la maldad, sólo afirmamos, junto a Louis Hjelmslev y Ferdinand Wald Maclean, Nous avons pu determiner d’une maniere précise les rapports existant entre les éléments du contenu connotatif, c’est-á- dire la forme du contenu connotatif.

Así, pues, sin que nos ciegue la demoledora óptica de la crítica científica cuyas herramientas nos sirven para aplicar un paralelismo a estos textos y es el que hay en todo el fluir de la conciencia (stream of consciousness), un intenso flash forward de influjo cinematográfico que nos retrotrae a las primeras décadas del siglo XX o a las páginas de Brindis por el sonso del cubano Onelio Jorge Cardoso.

En este, el actante 007 brinda con Paticruzado por la muerte del actante sonso y en el del hondureño Armando García, el actante montado a horcajadas sobre la actante, en un acto salvaje, (perdóneseme el juicio de valor), quita una prótesis dental y con ella grita: “Que te los ponga el otro, putísima”. (El subrayado es mío) 13.

Es en este sintagma –evidentemente sin paradigma- en donde radica la debilidad del cuento ya que el autor quizá por ser “un escritor en periodo de formación” 14 utiliza palabras soeces habiendo, como ya se sabe, en la limpia, pura y esplendorosa lengua de Cervantes, palabras eufemísticas que no hieren la moral ni las buenas costumbres, aspectos que el autor soslaya o redomadamente desconoce. Basado en los esquemas de la Dra. Poison de Quenal, he aquí la objetivación gráfica del susodicho texto15:

Plenitud vrs. Incompatibilidad

pareja de Actantes


Hechos necios que acusáis… dejará huellas en la literatura hondureña. No por su aporte meramente estético, ni por su forma, alejada del fondo real, sino por el habilidoso distanciamiento brechtiano que no es sino la aplicación in situ, fuera de todo bastidor, de toda tramoya, del principio épico del verfremdungseffect. Ello, referido, especialmente, a la costa norte del país que como dice el Dr. Ramón Luis Acevedo (con quien estuvimos en la Universidad de Río Piedras cuando dicté la conferencia: “Metaliteratura de lo ultraterreno y los contactos parasicológicos en el corpus poeticum de Manlio Argueta” y asimismo es ratificado por Eduardo Bähr a quien también he dedicado enjundiosos estudios, especialmente destacando la importancia del verde y su difuminada dimensión existencial-axiológica de matices fuertemente eróticos en “La alcachofa es un caso de silogismo”, cuento que, dicho sea de paso, está influido por la lógica formal de raíz aristotélica16. Para apuntalar nuestro aserto traemos a colación los versos inmortales del maestro Ezra Pound: Now you will come out of a confussion of people/ Out of a turmoil of speech about you.) 17 tiene “una vida contradictoriamente dura y alegre (…) caracterizada por el dominio de las compañías extranjeras y la resistencia y vitalidad del pueblo que defiende día a día su derecho a la justicia y la alegría” 18, palabras que son absorbidas como goterón en verano por el mundo garcíamandiano.

Por otro lado –para no perder de vista la perspectiva poliédrica- la unidad temática de estos cuentos está enlazada, sin notarse la madeja, con la mejor tradición pantagruélica, de índole neobarroca que nos recuerda la línea de frondosa obesidad boteriana del maestro Lezama Lima. Al respecto, como diría el Dr. Dante Liano –guatemalteco, profesor de la universidad de Brescia- l’orientamento attuale di detta literatura, che tende sempre piu al l’epica, nella piena accettazione di un prosa sontuosa e maniloquente.19

Es necesario apuntar que en los cuentos de final cerrado encontramos una omnisciencia del narrador extradiegético, caso contrario a los cuentos de final abierto en donde la rendija del narrador intradiegético crea un contrapunto de raigambre Aldouxhuxleyreana20.

No nos queremos ocupar aquí del feísmo esperpéntico ni del probable influjo de la poesía de Nicolás Guillén sobre la dermis del autor, aspectos que reservamos para futuros trabajos literario-antropológicos enmarcados en un pathos y un ethos de epistemológica raíz del simbolismo francés de Edouard Dujardin 21.

La novedad de estos escritos no está en el engarzamiento de sus elementos funcionales sino en el soslayo de las frases innovadoras y en la omisión de los núcleos cardinales que lo llevan a plantear una sintaxis narrativa disfuncional 22.

Pero el lector cómplice (“macho”, Cortázar dixit) sabrá leer entre líneas –plano denotativo según R. Barthes- los motivos expletivos, la prolepsis, la anomia, la hipotiposis, la catarsis, la anacreusis, la agnagnórisis, la aposopiosis, el malinchismo, el atroísmo, el sintoísmo, el atole, la antífrasis, el epifonema, la isocronía, el sinatroismo, el priapismo, el alcitrón, la tuxtaca, la mediocridad y la catacresis. Todo, salpicado de sorprendentes y bien logrados anacolutos, con una buena eufonía de calambures y jitanjáforas. Con el aditamento de lejano matiz esperpéntico de personajes –perdón, actantes- que lindan con lo grotesco, según la teorización acuciosa de W. Kayser23.

Como balance final, Hechos necios que acusáis… presenta un mundo semiótico en el que Umberto Eco encontraría una amnesia total de signos, equivalente a un grado cero de la literatura de origen bartheano. Asimismo, como hemos aplicado exhaustivamente el análisis actancial de Greimas, el sicoanálisis estructural de Lacan y de otros ilustres maestros, hemos demostrado la futilidad de tales planteamientos. Creemos estar, pues, ante una obra sui generis que, como dice el poeta griego Zaraviakis Von Coto, en su conocido poema “La fruta está madura”, eliminará la saudade, intensificará la migraña y afirmará la importancia del carpe diem.

Milano-Chicago, verano 91-otoño 92


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1 Obra en mi archivo una carta autógrafa, con membrete de “Cronopios”, de la Lic. Helen Umaña, crítica hondureña cuyas obras son de generales conocidas. La carta está a disposición de cualquier interesado que quiera comprobar la veracidad del ruego.

2 Roger Isaula. Feminismo y negritud: perspectivas en los descendientes de los antiguos esclavos en Honduras. (Una reminiscencia). Costa Rica: EDUCA, 1989, p.60. Isaula apoya su tesis en investigaciones realizadas por el Dr. Tulio Mariano González en el discurso que pronunció en la tercera reunión de OFRANE. Cfr. Mario Posas.

3 Cfr. Oscar Amaya Armijo. Uso, abuso y maluso de la lengua. Tegucigalpa. Editorial Imprenta López, 1988, Folio 69 (véase también el 8).

4 Alexis Ramírez. Crítica científica vrs. crítica de primitivo, el futbol, la sopa de caracol y otras debilidades catatónicas de la punta. Tegucigalpa: Ediciones Librería Paradiso, 1987, pp. 12- 30. Colección “El loco ilustrado”, con prólogo de Juan Domingo Torres e ilustraciones de Ezequiel Padilla Ayestas.

5 Marvin Ariel Barahona. Ajuste estructural de la economía en el marco de la gran abundancia de escasez. Tegucigalpa: Editorial CEHDES, 1987, p. 70. Colección “Vara- Alta”. Con prólogo de Manuel Chávez Borjas e ilustraciones de Gustavo Armijo. (Perdón, también las fotos son del anterior).

6 Ver “Totalidad de la ortodoxia totalitaria”, trabajo en el que Manuel de Jesús Pineda refuta a los totalitarismos de la ortodoxia tropical. En: prólogo al libro Andares y Cantares (o espérame en el cielo corazón) de Juan de Dios Pineda. Santa Bárbara: Patepluma Editores, 1989. Todas las láminas que ilustran el libro son de Delmer Mejía.

7 Rigoberto Paredes, en charla a los estudiantes de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán, Regional Norte, reconoció la importancia del simbolismo “tenerla arrimada al muro y sus consecuencias nonas”. Charla reproducida en El Heraldo, el 10 de marzo de 1986, p. 16. Cfr. la mima idea en el fruto convulso del poeta Efraín López Nieto, pp. 666 y subsiguientes.

8 Esta tesis también es defendida con entusiasmo por el Dr. Víctor Manuel Ramos en el artículo “Las redondas, blancas, negras y semifusas en la punta de la Banda Blanca”, columna “Estafeta Literaria”, de diario Tiempo, San Pedro Sula, año XX, número 324312, p. 7.

9 Julio Escoto. Casa del agua. Tegucigalpa. Ediciones del Baco Central de Honduras, 1974, pp. 34, 68.

10 Filánder Días Chávez. Breve introducción al estudio del oscurantismo feudal y el proyecto morazanista de nación centroamericana (o los capítulos que se le olvidaron al carrerista Clemente Marroquín Rojas). Tegucigalpa: Editorial Guaymuras, 1992, Colección “Bicentenario del Héroe”, pp. 13- 684. Estudio con importante cronología a cargo de Ramón Oquelí. Todas las ilustraciones en las que aparece el maíz son del pintor Rolando López Tróchez.

11 Cfr. José Adán Castelar. Vieja máquina del ferrocarril número 9. San Pedro Sula: Centro Editorial, 1991, p. 680, Obras Completas. Colección “El viejo y el mar”.

12 Similar idea encontramos en el libro de Rubén Berríos Tibombo, el papelote emplumado, La Lima, Cortés: Editorial “Campeño y qué”, 1992. El texto posee una bellísima ilustración de Juan Ramón Laínez, situación que destaca en el prólogo el ojo clínico de Mario de Mezapa.

13 Georgino Orellana. La colina de las chucas. San Pedro Sula: Ediciones Machangay, Dardo Editores, 1990. En este libro Orellana advierte la influencia de Onelio Jorge Cardoso en el taimado estilo garcíamandiano. Ilustraciones de Virgilio Guardiola. Ver especialmente las láminas “El oso iconoclasta” y “El Stomper chipocludo”.

14 Expresión acuñada por el Dr. Manuel Salinas en su conferencia “Metaliteratura, metaplástica, metástasis y metamorfosis en la narratología hondureña post vanguardista”. Cinta magnetofónica (Sony 60) que me fue remitida por mi cólega Galel Cárdenas Amador y que el ponente dictó en el Encuentro sobre “Identidad, alienación y conquista erótica de las Indias en el marco del V Centenario” y que fue patrocinado por El Centro de Altos Estudios Indigenistas “Dr. Aníbal Cruz” en el salón Consistorial de la Municipalidad de San Pedro Sula, Honduras, el 25 de enero de 1992.

15 Es bien conocido la actitud moralizante de la Dra. Poison de Quenal. Véase el artículo “La pornografía, la escatología, el erotismo y otras aberraciones útero-sensuales en la literatura hondureña de hoy”. Conferencia dictada a la Comisión de Censura y al Comité de señoritas vergonzantes, bajo el gentil patrocinio de las Damas Leonas y la cual fue comentada en la columna del impoluto misógino William Narciso Thurunka Van Tupen de un conocido diario solariego.

16 Cfr. Eduardo Bähr. Sección Rara Avis, revista Alcaraván, núm. 12. Tegucigalpa, 1984.

17 Citado por Jorge Luis Oviedo en el epílogo del libro Los tiradores de piedras y otros pájaros de Edilberto Borjas, Editado a mimeógrafo por el Instituto Hibueras, 1988.

18 Citado por Emmanuel Jaén en el artículo “La ética y socarronería del campeño en el teatro popular de Moisés Landaverde”. Aparecido en la revista Tragaluz, núm. 20. Tegucigalpa: 1987.

19 Véase Juan Ramón Saravia en las notas del libro El trazo cómplice para una mujer (de ida y vuelta) en las caricaturas de Dagoberto Posadas. Tegucigalpa: Editorial del Ministerio de Cultura y Tahurismo, 1990. pp. 70-73. Guardo una fotocopia proporcionada por el autor, cuya interpretación he tenido que hacer libremente dado que el poeta Saravia desconoce absolutamente los signos de puntuación.

20 Aspecto que también podemos encontrar en Nuevos cuentos de lobos de Marcos Carías Zapata. Tegucigalpa: Imprenta López, 1991. Sobre todo, ver el cuento “Los zopilotes estudian geometría”, p. 51, segundo párrafo.

21 Sería interesante aplicar la metodología del antropólogo Nelson Mejía sustentada en su libro La buyei y yo (Estudio sobre la milagrosa inseminación sin dolor que practica el pueblo garífuna). Trabajo de campo realizado en Triunfo de la Cruz. Ediciones Amaranto, Santa Bárbara, 1992. Debe confrontarse también la obra de Roberto Zapata Quisiera ser un pech, Tegucigalpa, Editorial Universitaria, 1990. Investigación etnolingüística que sostiene lo mismo.

22 En el desparpajo, humor, risa e iconoclasia notamos una exudada influencia del estilo vital de David Días Acosta sobre nuestro autor.

23 Fausto Maradiaga ha detectado elementos similares en su trabajo “Vasos comunicantes entre la poesía de Roberto Sosa, José Luis Quesada y Livio Ramírez”, presentado en el Encuentro de Poetas Centroamericanos en Chiapas, verano de 1990. Artículo reproducido por “Tribuna Literaria”, Junio 3 de 1991. El mismo me fue remitido por el poeta César Lazo, quien manifiesta admiración por lo novedoso del trabajo basado en la aplicación, por primera vez en la literatura hondureña, de la metodología kayseriana.


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Contratapa del libro:


De Hechos Necios que acusáis (1993), auto-prólogo del autor.