viernes, 18 de septiembre de 2015

Apuntes sobre Las virtudes de Onán, de Mario Gallardo.

 Carátula de la segunda edición.

Estos apuntes -o ensayo- es parte de una serie de lecturas, relecturas, reflexiones y estudios sobre las nuevas publicaciones narrativas producidas en la costa norte de Honduras. Mi interés por desentrañar estas obras comenzó por la falta de estudios sobre la narrativa actual -salvo dos o tres críticos se han interesado en esta generación: Sara Rolla, Hernán Antonio Bermúdez y Helen Umaña-. También a raíz de una conferencia que impartí en el Centro de Arte y Cultura de la UNAH titulada "En búsqueda del gran discuso, la otra Honduras" y de una muestra de narrativa de la costa que Editorial Nagg y Nell publicó en el 2011 y que tuvo por nombre Entre el parnaso y la maison, proyecto que me vi obligado a concretar para reunir en él los nombres relevantes que ahora destacan en la actualidad. Asimismo he emprendido la labor de elaborar una antología del cuento hondureño, desde otras perspectivas, tratando de ahilar esas ideas ya expuestas en la conferencia. Lo que a continuación sigue es parte del estudio "Entre la narrativa de escepticismo y el principio del interés", cuya introducción la publicaré posteriormente, pero aquí les dejo apuntes sobre el libro Las virtudes de Onán (2007; 2015) en relación a otros libros de la época:


Apuntes sobre Las virtudes de Onán

Algunas de las características relevantes en Las virtudes de Onán son las siguientes: energía y dinamismo, divididas en especies de oleadas impetuosas en sus comienzos que arrollan y arrastran al lector en cada capítulo del relato. Este apunte es importantísimo porque Gallardo sigue la premisa de Calvino sobre el convencimiento de la inutilidad de los preámbulos. De allí la regla aprendida y puesta en práctica –como préstamo literario sin alusión directa, a lo Antoine de La Sale– de comenzar cada capítulo del relato que titula el libro con una fórmula ya antes prestablecida. Cito únicamente tres casos: Primera, en el capítulo 1: “Llámenme Onán, le dijo a la pandilla de don Gato”, frase proveniente de Moby Dick de Henry Melville (“Call me Ishmael” –Llamadme Ihsmael–), la que la aleja de ser una frase al azar, sino todo lo contrario, el convencimiento, vía lecturas, de la inutilidad de los preámbulos en la escritura, cuya fundamental categoría literaria, según Cunningham, es la autoridad. Fórmula clásica como punto alto literario para crear expectación desde su inicio. Segunda, en el capítulo 2: “¿Encontraría a Onán? Tantas veces le había bastado con asomarse a la entrada de “El Calabozo”, acostumbrarse a la oscuridad y al humo de los cigarrillos que volvía pardos a todos los gatos, para después reconocer la flaca figura que se recortaba en la esquina de la barra”, de Rayuela de Julio Cortázar (“¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguirlas formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua”). Tercera, en el capítulo 4: “Showtime! Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches damas y caballeros, tengan todos ustedes. Goodevening, ladies & gentlemen. “Lady Fashion”, el cabaret más fabuloso de esta ciudad y sus alrededores les da la bienvenida a un evento único, propio sólo de las grandes urbes mundiales. Porque señoras y señores, ladies and gentlemen, hoy serán testigos de un acto sin precedentes en la farándula nacional: el primer “Miss Honduras Tercer Sexo Belleza Nacional”, de Tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante. (“Showtime! Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y caballeros, tengan todos ustedes. Good-evening, ladies & gentlemen. Tropicana, el cabaret más  fabuloso del mundo…”). Todas fórmulas clásicas como puntos altos de la literatura para evitar que la trama decaiga en su narración. Es quizás esta la razón por la cual sobre cada lectura de los capítulos del relato “Las virtudes de Onán” sentimos y reconocemos siempre esa sensación extraña que nos va impulsando a continuar con la lectura. Ya antes en Antoine de La Sale y Savinio encontramos precedentes. Tampoco se trata de recrear aquella vieja competencia literaria del siglo II a. C. que se organizó en Egipto donde uno de los jueces era Aristófanes y sugirió que el poeta a premiar había sido quien declamó los peores versos, habiendo descubierto de antemano el filósofo griego que los demás poetas habían recitado versos de otros autores, sin importar su causa: influencia, parodia o paráfrasis. ¿Hurto literario o préstamo intertextual como estrategia o recurso estilístico para establecer correlaciones con quienes adeuda literariamente? O quizás nada más el uso –e intento– de etiquetarse bajo el término “posmoderno” como una intervención de un juego interminable de citas o alusiones en búsqueda del perfil intelectual de un “lector modelo” que como Eco o Barthes o Kristeva sea capaz de “considerar, mirar, ver, encontrar parentescos y semejanzas” en Las virtudes de Onán. No es extraño que todo el libro esté plagado de ese recurso, a distintos niveles, tanto literario, cultural antropológico, e interdiscursivo. La interrogante aquí entonces no corresponde sobre juzgar su método compositivo sino replantearse si logra su cometido. Recuérdese también que el autor del libro es también un lector y además de “lector modelo”, en el amplio juego que lo maneja Eco, es además profesor universitario de Literatura, heredero, quiérase o no, de la literatura moderna, que, como señala Calvino, es en “la que los escritores se sienten autorizados a aislar la historia que deciden narrar del conjunto de lo narrable”, y que a juicio de Kristeva –O Derrida–, está llena de huellas mnésicas ahora tan comunes y ampliamente difundidas, como decir que en el siglo XIV encontramos a Antoine de La Sale, y a Francesco Petrarca un poco antes, y en similar operación de reescritura que Enrique Vila-Matas de La Sale atribuye a Saintré buena parte de la obra de Boucicault, como el mismo Vila-Matas atribuye frases de autoría propia o desconocida a otros escritores evocados o personificados en sus novelas en un mismo proceso que bien pudo influir Jorge Luis Borges y Bioy Casares sino tuviéramos por conocimiento a Joyce, Pound, Laurence Sterne, Miguel de Cervantes, Ovidio o Cavafis, por mencionar algunos. Helen Umaña y Hernán Antonio Bermúdez ya antes habían hecho mención sobre los guiños u homenajes literarios en Las virtudes de Onán. La primera se refiere a la intención de Gallardo de “poner a la literatura hondureña con el pulso del mundo: Roberto Bolaño, Ricardo Piglia, Enrique Vila-Matas, Rodrigo Rey Rosa, Eduardo Halfon…”, y que “como cuestión generacional, la condición posmoderna ha permeado en su sentir y lo ha dotado de una visión acre del entorno vital”. En cambio, el segundo, un poco más acertado en lo que se refiere a citas, guiños y homenajes, nos dice que Gallardo está resuelto a “marcar” su territorio: “Las virtudes de Onán está poblada de guiños a novelas como Tres tristes tigres, de homenajes literarios (a Cortázar y a otros conspicuos miembros del “boom”), de referencias musicales, roqueras, de alusiones al cine, de descalificaciones e improperios.” Tampoco debe olvidarse que Bermúdez también ha mencionado a Horacio Castellanos Moya como un probable antecesor. Pero entre ambos juicios, es innegable la presencia o huella de Bataille, Cortázar, Cabrera Infante, Bolaño, Vila-Matas, Castellanos Moya, entre otros, en su libro.


A grosso modo, cito algunos apuntes sobre Las virtudes de Onán: Desde el inicio hay un diálogo de Las virtudes de Onán con la obra precedente Moby Dick de Melville. Encuentra eficazmente simetría musical en su enunciado. Así como “call me ishmael”, logra traducirse ese efecto imponente en español: “Llámenme Onán”. Las palabras agudas se caracterizan por ser enfáticas y poseedoras de fuerza. Luego lo que le sigue: “le dijo un día a la pandilla de Don Gato” (teleserie de los años 70´s de gatos vagabundos). “Le dijo un día a la pandilla” fónicamente suena muy bien en su balance rítmico: “día y pandilla” riman. Un punto importante a traer a colación es la música o ritmo que rige toda la estructura del relato, la cual desmiente la acusación de que carece de validez “estética y moral” puesto que una sinfonía siempre es engendrada por un grado de espiritualidad importante en el creador como elemento indispensable en las artes. También vale puntuar que en su narrativa persisten arquetipos de antihéroe (héroes contrapuestos a mártires), lo cual humaniza y le da mayor “carnalidad” al texto.


Hay preocupaciones metafísicas, sin proponerlo; hay una recurrencia con el tema de la obsesión del voyeur en varios de sus cuentos; desdobles de personajes y narradores, como en el caso del doble de Freddy Mercury y Onán; la costa norte como una unidad espacial; oleada desmitificadora de los creadores de la costa norte: desmitificación de la religión, desmitificación del concepto de héroe en la década de los desaparecidos o militancias ideológicas, y un zoom y muestra de la violencia que corroe la sociedad, también presente en El mundo es un puñado de polvo, Ficción hereje para lectores castos, Música del desierto, Infinito cercano, Los inacabados, Katastrophé; hay una importante mención por su valentía de destape de cloacas corruptas de personajes mediáticos, que influyen en una masa lectora de periódicos. Esto puede leerse de dos formas: una como un desenmascaramiento de personas reales a la manera de Petronio o del Marqués de Sade, y dos como lectura desvinculada y desprejuiciada de los vicios humanos de aquellas personas que se visten bajo la máscara de la virtud, esta última uno de los temas importantes o quizás el eje de construcción de la historia en el libro –por ello el título Las virtudes…–y deconstrucción de los personajes en su engranaje social. También en Ficción hereje para lectores castos ocurre algo similar pero en el plano religioso y moral. Vale también agregar la obsesión de periodista del personaje Onán que recorta las noticias de desaparecidos y elabora un mural con ellos, siguiéndole la pista, por lo menos informativa, a las crueldades cometidas por “la bestia”, que bien pudo ser Álvarez Martínez, aunque nunca lo mencione en el libro, asimismo, hay una conexión desde el plano virtual o imaginativo entre el mural y la “bestia”, funciona como un indicio de “reencuentro” en un plano real (piénsese en premonición); abandono o autoexilio del ethos del hogar y ethos comunitario (C.S. Lewis), en “Y tu mamá también”, “Las virtudes de Onán” y “Noche de Samba Bárbara”; aversión implícita hacia la concepción y reproducción de la humanidad, caso de Onán con Thamar (Ixkik) y del joven personaje de “Y tu mamá también”–deseo que puede encontrar un referente en el Dolmance de Sade–, donde también podría rastrearse una supuesta culpa “histórica” o “mítica” con Ixkik, que puede conectarse con Thamar, también violada por su hermano Amnón al igual que Ixkik fue concebida por los enemigos del inframundo en el Popol Vuh. Pero además de ese puente intercultural entre la mitología hebrea y la maya, hay destellos de ternura y afecto y cierta seducción por la muerte, o al menos por su manera de comprenderlo y exponerlo en el libro. Por la procreación o la sexualidad han sido desterrados muchos personajes mitológicos, desde los hebreos Adán y Eva, inclusive la misma princesa maya Ixkik que fue expulsada debido a la traición cometida. Este aspecto es importante a la hora de tratar de interpretar el texto o trasfondo que recorre todo ese submundo entretejido de parte del “portavoz ficticio” o del “texto narrativo”, teniendo siempre en cuenta que como aclara Mieke Bal: “una interpretación no es nunca más que una propuesta”, y precisamente a lo que me he dedicado en este escrito es a fin de crear una propuesta de interpretación o de lectura, para ser comentada, tanto en mis yerros como en mis aciertos.
Pero aún me quedan dos curiosidades por comprender: la primera si al final la nota al pie de página del último relato, “El discreto encanto de la H”, logra su efecto o la intención del autor, si hubo conducción apropiada a crear la ambigüedad con la que concluye el libro. Encontramos ejemplos de este tipo en Caillois quien, por cierto, no teme las contradicciones, según Todorov.
La segunda sobre una probable incongruencia en el cuento “Para las verdades, el tiempo”, sobre la edad del príapico personaje. En una parte se menciona 33 y en otra 38 años.
También vale acotar, que en “Por fin, la noche sampedrana”, H. A. Bermúdez descubre en Gallardo la cualidad del flanèur, que según Walter Benjamín lo describe como una especie de “topógrafo urbano capaz de descifrar en todos sus aspectos a la ciudad”. También vemos similar cualidad en el registro de la costa norte en Ficción hereje para lectores castos.

Para cerrar, cabe destacar que en todas las reseñas, artículos o ensayos escritos por H. A. Bermúdez sobre algunos de los nuevos narradores de la costa norte –Giovanni Rodríguez, Mario Gallardo, Dennis Arita, Gustavo Campos–, ha dejado constancia que uno de los elementos afines al grupo es el erotismo y cierta “rapacidad sexual”, “como pocas veces se ha visto en la narrativa hondureña”. Concluyendo “y es que así labora la historia literaria: cada generación subsana los vacíos de sus antecesores, cada generación –así como cada escritor individual- formula sus propias demandas a la literatura, y posee sus propios apremios expresivos.”
Gustavo Campos, 2014.