jueves, 9 de octubre de 2014

El estilo digresivo y la parodia como intertextualidad en Ficción Hereje...


Se venía el año 2009 y con él la edición de Ficción hereje para lectores castos de Giovanni Rodríguez. El equipo mimalapalabra estaba preparado: desde Canadá Felipe Bello elabora la portada y se la remite a Giovanni, quien a su vez nos la reenvía; mientras yo me dedico a la diagramación del interior de la novela, Carlos se dedica a la promoción del libro y junto a Ricardo Tomé nos aventuramos en la elaboración de breves videítos divertidos sobre los ambientes claves donde se desarrolla la novela. Junto al ferrocarril le hacemos una entrevista a Carlos Rodríguez y él niega rotundamente haber sido miembro de una banda hereje. Ricardo Tomé da saltitos en una especie de secreta danza cerca del Museo de Antropología. Los preparativos culminan, la expectación crece, y hacemos una primera presentación on-line en el bar de Ricardo, el viejo Klein Bohemia, con un Giovanni trasnochado -en ese entonces vivía en España y los horarios eran casi opuestos-. Días después se vendría la presentación oficial un par de días antes del Golpe de Estado. Los primeros títulos de mimalapalabra editores: Corral de locos -poesía- de Muvin Andino y Ficción hereje... -novela- de Giovanni Rodríguez. Una edición muy cuidada, a cargo de Litografía Iberoamericana, del finado Poeta Óscar Acosta. No está de más mencionar quien estuvo a cargo del diseño de exterior fue Bayron Benitez. Claro, yo me adjudico la genial idea de haber elaborado el logo de la editorial y cómo debían ir las colecciones y es Benitez quien luego lo retoma y estiliza en los libros siguientes, como podrán observarlo en cualquier otro libro de la colección. Hernán Antonio Bermúdez prologa el libro y hace una muy buena reflexión sobre el libro, sus historias, el equilibrio entre los personajes, y hace ya una mención del grupo, generacionalmente hablando. 
El presente es un ensayo-artículo que viene a sumarse a los otros ya esgrimidos. Algo tarde, pero con paso firme, procurando desarmar la novela y encontrar los mecanismos a los cuales recurre el autor para el entramado de su primera novela. También corresponde a una serie de ensayos ("estudio") que he venido haciendo de los libros publicados por nuestra generación, que incluyen también a la predecesora, Gallardo y Arita, en otras palabras, los autores que publicaron y pertenecen a esa primera idea concretada en Entre el parnaso y la maisón. Otros autores que entran son: Jessica Sánchez, Mario Gallardo, Dennis Arita, Jorge Martínez y Darío Cálix, y, por supuesto, yo, Gustavo Campos. Esta intención de estudio de autores de la costa norte deriva de una conferencia que impartí en el Centro de Arte y Cultura de la UNAH y que tenía por título "En búsqueda del gran discurso, la otra Honduras" y que aún existe y prologa un proyecto de antología de la otra vértebra de la literatura hondureña, o por lo menos la que debíamos haber buscado o asumido, suponiendo que ningún escritor hondureño es heredero de otro escritor hondureño y que aquí todos nacimos huérfanos, alimentándonos de autores con los cuales tenemos afinidades, siempre yendo a la fuente original, al pozo original, a extraer esa primera huella, si es que hubo una primera huella, como lo hicieron los narradores hondureños que nos precedieron y es con los que coincidimos con los que compartimos esa noción propia y reinventada y reelaborada de literatura. Luego publicaré los demás, mientras, he aquí mi aporte sobre 
 Ficción Hereje para lectores castos: 
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El estilo digresivo y la parodia como intertextualidad en Ficción Hereje




El estilo narrativo de Vila-Matas está presente en Ficción hereje para lectores castos, pero con un evidente sedimento cervantino o baudeleriano –éste último únicamente en su prólogo, aunque el tema de la herejía y la maldad podría emparentarlo bien, narrativamente, con Las flores del mal, tómese en cuenta la producción poética del autor y las correspondencias, deliberadamente preferidas, con los simbolistas parnasianos–, pero también el discurso que se advierte de entrada puede hallar parentesco perifrástico con el inicio de Anatomía de la melancolía de Robert Burton, contemporáneo de Cervantes y Shakespeare; pero si está presente Vila-Matas está presente Sterne, y si está presente Sterne por obviedad estará presente Cervantes –como ya lo hemos mencionado, valga la redundancia– y por ende su estilo cervantino y picaresco. Por esa razón Sara Rolla lo ha expuesto en su breve ensayo “Lectura casta de una ficción hereje”, al decir que el libro está escrito “en clave cervantina” y que en él “lo carnavalesco” junto a la “picaresca” se entretejen en el “ingenioso juego autoral” del que hace gala con “sutilezas intertextuales” el autor/editor que abre su brecha en la narrativa contemporánea hondureña, como un extraño y desenfadado hereje Pierre Menard del tercer mundo. 
 
Pero ahora bien, ese espíritu cervantino y estilo digresivo burtoniano/sterniano dio como resultado que Giovanni Rodríguez emprendiera un viaje sterniano –obligatoriedad Shandy– que lo ha llevado en una búsqueda –continuación– del estilo digresivo en el discurso, desde FHPLC, su primer libro, y en el cual nos enfocaremos para este ensayo, hasta su novela aún inédita Tercera persona o La vida como una novela, la cual leí hace un par de años y que también supongo habrá cambiado en la actualidad, pero de la que han quedado como constancia unas páginas en Entre el parnaso y la maison (2011), específicamente del capítulo titulado “Diario de Montpellier”, cuya trama es la de un joven escritor que cuenta su aventura sexual con una francesa que lo hospeda, mientras él procura escribir una novela cuyo personaje es un lector modelo que asume el doble rol de autor-narrador, que aún no ha nacido, y que desde su desdoblamiento cuenta su historia desde la voz de su abuelo, en un entramado utópico y laberíntico que tiene por fin fusionar ambas historias aparentemente en distintos espacios de tiempo, apropiándose, mediante constantes digresiones y reflexiones, de la voz del joven que vive en un “presente” real, pero a la vez hipotético, puesto que el narrador cambia constantemente de enfoque, yéndose por una de las vías de los “mundos posibles” ya remitidos por caridad por Umberto Eco y que pudo tener como influencia inmediata en Rodríguez la trama de la novela La guerra mortal de los sentidos de Roberto Castillo, donde un personaje llamado Illán Monteverde, de nacionalidad española y bisnieto del “Buscador del último hablante lenca”, busca reconstruir las aventuras del bisabuelo mediante un género literario que ha quedado en desuso en el año 2099, como ser el género de la novela.

Pero volviendo a Ficción hereje, obra que opera dentro de una tradición, y que a su vez gracias al choque de voces –autor, narrador, editor, personajes, para mencionar algunos– participa de una suerte de mecanismos paródicos, pues es patente la ironía que tiene por fin cuestionar o mofarse de una convención literaria precedente. Es por esa razón que el autor recurre a recursos retóricos o viejas fórmulas –“aprovechamiento de recursos consagrados por la novela tradicional, como los paratextos empleados en el encabezamiento de los capítulos”, como lo ha indicado Sara Rolla, para captar la atención del lector y mantenerlo en el espíritu de la novela, que es el juego de un personaje o actor enmascarado. Bien pudo haber precedido la novela la siguiente frase de Burton: “No indagues en lo que está oculto; si te gusta el contenido ‘y te resulta de utilidad, suponte que el autor es el hombre de la Luna o quien quieras’, no me gustaría que se me conociera.” Y sin haberla citado o precedido está allí, dentro del texto, como una huella anterior, sterniana, ahora también vila-matiana, si mejor nos aclimatamos a este tiempo, pero Ficción hereje –para referirme a la novela nombraré nomás sus dos primeras palabras por comodidad mía o simple pereza debido al tan largo título– comienza así:

No nos corresponde, amable lector, a vos y a mí juzgar por cierto lo que en las sucesivas páginas quedará referido acerca de la historia común de los cuatro personajes que en ella intervienen.”

Más adelante, agrega el supuesto editor, que ha investigado y no ha podido recabar información sobre los nombres y la autenticidad de la historia, lo siguiente:

Nadie recuerda a cuatro muchachos que por esta periferia del mundo alguna vez hayan incurrido en actividades propias o al menos vinculadas al concepto de la herejía. Por esta razón he desestimado la posibilidad de que los textos refieran un conocimiento histórico y he decidido publicarlos como “obra de ficción”, que es lo que son al fin y al cabo.”

De esta manera logra captar la atención del lector y mantener su interés sobre los aludidos en la novela. De inicio una fina ironía nos embarca en un “inmenso juego”. Milan Kundera, en El arte de la novela, dedica unas páginas al Tristán Shandy como “buen ejemplo de cómo el espíritu de la novela no ha sido todavía explotado”, y agrega que para Sterne la novela no es un mero ejercicio literario lúdico, sino una seria reflexión sobre la creatividad y la vida y sobre la interacción entre ambas actividades. Asimismo, pensemos entonces no en los personajes y su veracidad, como han apuntado algunos, de Ficción hereje, tampoco en si los personajes aludidos son reales o no o si al autor se le escapó de las manos imprimirles más vida, y sacrificó, en pos de la estructura equilibrada del texto, de su organicidad arquitectónica, casi simétrica, mayor alcance en la caracterización de los personajes, quedándole acartonados, como oí en algunas conversaciones y en la misma presentación de su libro en el 2011. También, si se quiere, puede achacársele a que es una novela primeriza. Otro achaque a la novela, o debilidad mencionada, es que el término “herejía” no juega un papel preponderante en la trama novelesca, y, por el contrario, se queda como algo que debió haberse explotado con mayor pericia y profundidad. Después de leída la novela uno puede interpretar que hay una suplantación hereje por la ortodoxia y que cuando sus cuatro personajes coquetean con la irreverencia y desacralización de los postulados eclesiásticos y religiosos no es más que un acto de “malicia” juvenil, de chanza, de “jodarria”, entre amigos que tienen un interés común: la literatura y vivir su floreciente sexualidad. Bien podríamos adjudicarle al autor de la novela una frase de Chesterton como para acabar con todo lo referente a su falta de “conceptualización profunda” de la herejía: “Traté de encontrar para mi uso, una herejía propia, y cuando la perfeccionaba con los últimos toques, descubrí que no era herejía, sino simple ortodoxia”. Y con ello acaba la historia y comenzamos otra. Que otros busquen o escarben en ese tema y se amparen, libro en mano, en tratados prohibidos por la inquisición o en las novelas de Umberto Eco. Yo, por el momento, reflexiono y me aviento a formularme algunas preguntas y a contestármelas cuando pueda, cuando no, solo daré mención de descubrimientos, yerros y aciertos, meritorios o demeritorios, en la novela de Rodríguez, los cuales había apuntado esquemáticamente, en incisos separados: 
 
  • Educación sentimental en donde las mujeres son quienes inducen al acto sexual al hombre, conllevándolo al “pecado”. (Imagen de femme fatales). Se me viene una imagen patriarcal o muy bíblica, uno de los ejes de la novela.
  • ¿De qué manera este escarceo biográfico de los personajes contribuye o adquiere relevancia en “la herejía”? ¿Constituye el intento fallido de un secuestro a un pastor una herejía? Ninguna. Hay una evidente disociación entre el discurso narrativo “aparente” y la trama. La única justificación probable se da en el capítulo doce donde el bagaje literario acredita a los personajes su intencionalidad “hereje”. Parodia ligera donde el sustrato teórico o temático no avala la intencionalidad sugerida desde el título y anunciada con constancia en cada capítulo.
  • Lo rescatable: lo que Rodríguez logra es una prosa ligera y “prístina” (valga el uso modernista del término), clara, con buen ritmo, aparentemente madejada de un solo tirón, contrario a Los inacabados, en donde todavía se notan algunas costuras sintácticas y semánticas debido a su fragmentación.
  • Es un relato lineal. Solo al final, en el flashback, aparece el personaje “enmascarado” que vuelve regresivamente en el tiempo pero con intención de contar, reparar, y reelaborar, desde el presente, aquello que había quedado en el aire y que diera verosimilitud o veracidad a la verdadera historia contada, y fabulada por el editor. El pasado es igual al presente. Y como recurso de distanciamiento, se vale del vocablo “mierda” para dar a entender, en tiempo pasado, la acción cometida y la nauseabunda persecución temida de parte de los hacedores de justicia.
  • Tenía la analepsis una función explicativa.
  • Curiosamente, la maldad de los personajes –antihéroes– de secuestrar a un hombre de fe fracasa. Esto puede leerse de dos maneras: para los devotos, la gracia de Dios sobre el pastor y el designio divino que corrigió la intención de secuestro contra los malhechores, en resumidas cuentas la ecuación podría expresarse de la siguiente manera: el castigo de Dios contra los no creyentes, de esta manera los antihéroes pierden su protagonismo y se ven debilitados y torpes. Implacable protección de Dios para con sus devotos. Y este desenlace central, negativo, contrapuesto al título del libro, hace que la balanza se incline por el lado de la fe y no del lado de la verdadera intención del narrador; y no como el título sugiere. Es el triunfo de Dios contra los impuros y las cuitas y el bochorno de bromistas jóvenes. Pero esto es bien recibido o bien entendido si notamos que una vena de humor recorre todo el libro. Las desventuras o la suerte adversa de “los herejes”.
  • También hay personajes “hijo-pródigo” en la novela. Importante si contraponemos herejía a fe, y creencia religiosa a creencias propias.
  • Tomar en cuenta analepsis, prolepsis, flashback y flashforward y el estilo digresivo del discurso a la hora de estudiar FHPLC. Algunos conceptos o ideas ya han sido objeto de reflexión.
  • Preocupaciones: desdoblamiento y manejo e inversión del tiempo en la novela. (Falta aclararlo y releer novela).
  • Masturbación y mata de guineos: signos que identifican la identidad hondureña, por semántica: bananeras… caribe. Asociada siempre al sexo.
  • Cada paratexto de cada capítulo pertenece al editor, suponemos que a Rodríguez, quien ha organizado el material, según el prólogo, por eso se refiere al narrador, es él quien ha escogido esa distribución del texto en forma de novela caballeresca o picaresca.
  • Voz que nos comunica remisiones temporales, la del editor de mimalapalabra.
  • En el capítulo 6 se habla del cronista anónimo, quien observaba a los cuatro jóvenes herejes.
  • ¿Qué trata de decirnos? ¿Qué implicación existe entre lo sexual y lo religioso? ¿Condiciona el erotismo?
  • Guiños a amigos de parte del autor, por lo cual se le ha acusado de restarle vida a las personas reales en quienes fueron inspiradas. A este inciso aplicarle la frase de Burton. 
     
Segundo apunte.
Una perspectiva nueva de lectura y por ende de interpretación, teniendo en cuenta lo que Mieke Bal interpreta: “una interpretación no es nunca más que una propuesta”: 
 
Desde una perspectiva nueva, podríamos situarnos en el olvido de la metatextualidad de la novela y circunscribirnos a las reglas que el narrador propone. En este sentido, el juego es el siguiente: la responsabilidad le es propia al editor ficticio (desdoblamiento del autor) al que le hacen entrega de la historia aún no novelada y que él modificará a su antojo, como propone en los capítulos y en el prólogo. Ahora bien, esto supondría el desconocimiento de los personajes y de su biografía. Por ende, podríamos suponer que las biografías sobre el despertar sexual de cada personaje es inventada por el narrador y por esta razón es que encontramos esa dislocación entre la relevancia que podrían tener sus “experiencias” sexuales en el desarrollo de la novela, cuyo título e intención están orientados a la desmitificación de los embaucadores espirituales. Manejando esta tesis el autor queda indultado de lo que el editor no logra a consolidar en la trama. Porque el editor de lo que más habla en un comienzo es de “herejía” y no de educación sentimental en el prólogo, asegurando que distorsionará a su antojo la historia remitida (que imaginamos breve y adscrita con especificidad a la tentativa de secuestro del líder religioso). Entonces es el narrador quien no dio el ancho y se absuelve de responsabilidad narrativa al autor. ¿Quién es el responsable? Si de culpas se tratara…, pero la literatura no se trata de penalizaciones (¿y de orden estético?). Pero veamos, si el autor se desdobla, y el autor, primera capa de ficción, no logra inteligir la totalidad de la novela como se presenta, que a su vez es la de un editor que recaba información y mediante oficio o licencia de escritor se permite ficcionar sobre el documento que se le ha remitido, y que ha trastocado a conveniencia de su siquis (por qué el empecinamiento de desvelar los goces primigenios de los 4 personajes), el autor asume doble responsabilidad, la cual le hace al final escribir una retrospectiva de lo anteriormente novelizado en un post scriptum.

Si el novelista hubiera comenzado la novela en el último capítulo “El Flash back (post scriptum)”, la novela habría tenido otra dinámica y probablemente la observación de los personajes acartonados no habría tenido fundamento, pues se habrían movido al ritmo de la última parte, y se habrían “carnalizado” (al respecto H. A. Bermúdez considera este último capítulo como el de un “tono más maduro”).

Por otra parte, ¿Por qué no pensar que la irreverencia de la novela contra la iglesia y los creyentes no es sino una alegoría contra la tradición novelesca y literaria del país? ¿Y que su acto de socavar sus preceptos y secuestrar al pastor de la iglesia no es sino una metáfora de su verdadera intención, frenada y canalizada hacia otro tema de interés nacional, contra el establishment literario y los autores ya “canonizados”? Y propongo esta idea porque todos los personajes de la novela están ligados a la literatura –mediante búsquedas y lecturas– y no tanto al malestar que pudiera ocasionarles las creencias religiosas: es, más bien, una novela contra la ignorancia y el sometimiento de añejos cánones y costumbres pueblerinas de un país centroamericano en pleno siglo XXI.


Para concluir, Eco podría darnos otra pista: “El autor no es sino una estrategia textual capaz de establecer correlaciones semánticas, y que pide ser imitado.” Y H. A. Bermúdez bien podría cerrar esta propuesta de lectura que tomaba como tema el estilo digresivo en Ficción hereje para lectores castos y que gracias a ella se me viene la imagen del autor como un Pierre Menard hereje en plena “educación sentimental”, con la siguiente conclusión precisa: “A sí como en ese ejercicio intertextual de desdoblamiento autoral, Ficción hereje… se mantiene, en todo momento, ligera, graciosa, con un humor socarrón. Incluso los pasajes más dramáticos o reflexivos están matizados por bromas o sarcasmos brutales y directos.” (Hernán Antonio Bermúdez, “Herejía y otras hierbas”).


Gustavo Campos
2013

martes, 26 de agosto de 2014

Dos cuentos de Kalton Harold Bruhl








BANANA REPUBLIC

Mientras aguardaban la llegada de Cornelius Vanderbilt, los cinco hombres permanecieron en silencio. Habían acordado una reunión de emergencia luego de recibir las noticias desde Honduras. Todos sus sueños de apoderarse de Centroamérica y de construir un canal interoceánico a través del río San Juan, en Nicaragua, parecían haberse esfumado con la muerte de aquel hombre. No se imaginaban cómo podrían tener otra oportunidad igual de convertir aquellas tierras de salvajes en sus colonias particulares. Debieron haberlo previsto, era demasiado bueno para ser verdad. Por lo menos, se consolaban, apenas habían gastado unos cuantos miles de dólares en patrocinar las expediciones de William Walker. Al principio, cuando escucharon su propuesta, lo tomaron por un loco. Ya conocían a ese engreído abogado por su intento fallido de conquistar Sonora y Baja California y fundar una república esclavista en México, y ahora, les proponía adueñarse no de algunos territorios, sino de cinco países completos. Los costos no eran excesivos, así que decidieron apoyarle con armas y unos cuantos hombres. Y aunque suene increíble el bastardo estuvo a punto de lograrlo. Con apenas cincuenta y ocho hombres, a quienes pomposamente llamaba “los inmortales”, consiguió, en 1857, convertirse en el presidente de Nicaragua. Fue un error no enviar a sus propios hombres de confianza en ese momento. Con los asesores adecuados, Walker, habría llegado mucho más lejos. Sin embargo, tomando él mismo sus propias decisiones, comenzó a forjar su propia cadena de errores. El primero se produjo durante su discurso inaugural cuando anunció que formaría una República Federal con los demás estados centroamericanos y Cuba. Casi de inmediato los gobiernos vecinos iniciaron los preparativos para la defensa. Luego cometió otro aún más grave: reinstaurar la esclavitud. Si bien es cierto los campesinos eran, de hecho, esclavos de algún terrateniente, una cosa es que te pases toda la vida trabajando de sol a sol para un patrón desalmado, recibiendo uno que otro palo, pero ningún pago y otra muy diferente que te digan a la cara que eres un esclavo y lo que es mucho peor, que aunque no sepas leer, te lo pongan por escrito. Así que sucedió lo que tenía que suceder. El pueblo se rebeló y los países centroamericanos, generalmente enemigos entre ellos, formaron un ejército conjunto. Ahora Walker, junto a sus sueños de grandeza y para mayor desgracia junto a los sueños de aquellos cinco honorables hombres de negocios americanos, disfrutaban de la fresca brisa en una confortable tumba en la costa hondureña. 

—¿Por qué las caras destempladas? –preguntó Cornelius Vanderbilt, al momento de entrar a la habitación, sosteniendo una bandeja cubierta por un mantel.

Todos le miraron con extrañeza, sin comprender la razón para que empleara un tono de voz tan jovial.

—A menos que el hombre que acaban de fusilar en Honduras sea otro, y no Walker, y que lo que traigas en esa bandeja sea una llave mágica que nos abrirá las puertas de Centroamérica, no entiendo el porqué de tu felicidad.

—No y sí –dijo Vanderbilt—. Desafortunadamente, Walker ya debe estar esperando su turno en la antesala del infierno y sí, esta es la llave para convertirnos en los verdaderos amos del trópico.
Colocó la bandeja sobre una mesa y levantó el mantel con un gesto teatral. Nadie dijo nada, pero seguramente todos dudaron de su cordura.

—Imagino lo que piensan –dijo Vanderbilt, sin perder la sonrisa— pero con esto nos apropiaremos no solamente de Centroamérica, sino, probablemente, de toda Hispanoamérica. Controlaremos sus gobiernos, controlaremos sus destinos. Como les dije, seremos los amos del trópico.

Vanderbilt siguió hablando durante mucho tiempo y a medida que explicaba sus planes y calculaba las formidables ganancias de la nueva operación, los cinco hombres comenzaron también a sonreír y a mirar, con admiración y respeto, al pequeño racimo de bananas que descansaba inofensivamente sobre aquella bandeja.


Historias de la imposición yanqui sobre Hispanoamerica y España (2012)
Cuento antologado en antología del nuevo cuento de Centroamérica y de República Dominicana Un espejo roto (Comp. Sergio Ramírez, GEICA, 2014)
Entre sur y norte. Edición al alemán. (Comp. Sergio Ramírez, Unionsverlag, Zurich, 2014)








Reencuentro

Revisé una vez más mis provisiones: tres litros de refresco de cola, una pizza de peperoni, dos barras energéticas y un paquete extra grande de nachos. Me froté la barbilla satisfecho: parecía ser suficiente para sobrevivir durante las próximas ochos horas. Me senté frente al ordenador, entrelacé los dedos y extendí las manos con las palmas hacia afuera, dispuesto a reanudar la partida del “Reino del dios loco”. El juego en línea tenía unas pocas semanas de haber sido lanzado, pero yo ya le había demostrado al resto de jugadores quién era el rival a vencer.
Estaba a punto de hacer clic en el botón de inicio, cuando alguien llamó al timbre de la puerta. Fruncí el ceño extrañado, no recordaba haber encargado más comida a domicilio. Seguramente se trataba de misioneros mormones o, peor aún, de Testigos de Jehová. Me encogí de hombros y me dije que muy pronto se cansarían de esperar. Sin embargo parecía que esos tipos estaban bastante interesados en la salvación de mi alma inmortal, ya que después de cinco minutos seguían tocando insistentemente el timbre. Suspiré y dejé caer la cabeza. Estaba visto que no me dejarían en paz. Avancé hacia la puerta con desgana, preparándome para escuchar las increíbles aventuras de Jesucristo en América, en el caso de los mormones o las delicias de un futuro paraíso aquí en la Tierra, en el caso de los Testigos. Sin embargo, al abrir la puerta, sufrí, por lo menos, unos tres microinfartos.
–Hola –me dijo la rubia más impresionante que había visto en mi vida.

Yo solamente pude abrir la boca, sin poder articular palabra alguna. 

–¿No piensas invitarme a pasar? –me preguntó ladeando la cabeza.

–Desde luego –le respondí, mirando hacia ambos lados de la puerta y haciendo la señal de la victoria con una mano. Si al final se trataba de una broma televisiva, ese gesto me permitiría salvaguardar mi orgullo y decir, que lo había sabido desde un principio.

Cerré la puerta, sin saber qué debía hacer a continuación. Ella se echó a reír y luego se me quedó mirando directamente a los ojos.

–Todavía no sabes quién soy, ¿verdad? –dijo entrecerrando los ojos.

–Desafortunadamente no conozco el nombre de todos los ángeles –sonreí.

–Vaya, mi querido Archivaldo, tú siempre tan galante.

Me quedé de una pieza. En toda mi vida, era la única mujer que me había llamado por el nombre de ese personaje de la Calle Sésamo. Me remonté a los años en el colegio. Durante ese tiempo Carlos, el que era todavía mi mejor amigo, y yo, conformábamos la línea dura de su club de admiradores. Ella lo sabía y había hecho todo lo que estaba a su alcance por atormentarnos y hacernos sufrir.

–¿Samantha? –pregunté extrañado.

–No me digas que estoy tan cambiada –dijo ella, haciendo un puchero– si no ha pasado tanto tiempo.
Yo abrí bien los ojos para verla. Tenía más o menos mi misma edad, así que ya estaba bien entrada en la treintena de años. Sin embargo, cualquier veinteañera habría subastado en ebay el orificio que todavía conservara virgen para poder costearse un cuerpo así.

–Es que sencillamente estás maravillosa –reconocí–. Y dime, después de tanto tiempo a qué debo el honor de tu visita.

–He venido a compensarte por todos los malos momentos que te hice pasar.
Se veía que ahora estaba forrada en pasta. Pensé que un monitor 3–D de unas veintiséis pulgadas y un procesador más potente para el computador, me vendrían de perlas. Sin embargo no creí prudente exteriorizar así, sin más, mis expectativas. Lo mejor sería esperar a que ella hiciera una propuesta concreta.

–¿Entonces? –me preguntó – ¿Quieres que te compense?

–No es necesario –respondí, fingiendo desinterés, pero cruzando mentalmente los dedos para que no retirara su oferta.

–¡Qué lástima! –exclamó tras un largo suspiro– y yo que pensaba pasarme el resto del día follando contigo.
Tuve que detenerme la quijada para que no cayera al suelo.

–¿Perdón? –alcancé a decir, limpiándome el oído con el meñique.

–Lo que escuchaste, que si estás dispuesto, vamos a follar como si hoy se acabara el mundo.
Tardé todavía algunos segundos en recobrar la compostura.

–No soy tan tonto –le dije sonriendo–. Seguro esperabas que corriera a abrazarte, para luego rociarme con gas pimienta. Lástima que ya no es tan fácil hacerme caer.
Ella se hizo a un lado el mechón de cabello que le caía sobre la frente. Cuando éramos jóvenes ese gesto bastaba para que pasara el resto del día soñando con ella. 

–No estoy bromeando –replicó– realmente quiero compensarte.

– No te entiendo, ¿por qué querrías hacerlo?
Ella inclinó el rostro y cuando lo levantó, sus ojos habían enrojecido.

–No he tenido una vida fácil –comenzó– tú no lo sabes, pero he fracaso varias veces en el matrimonio.

“Hasta donde tengo conocimiento han sido cinco veces”, comenté para mis adentros. La verdad es que había seguido con atención toda su vida, interviniendo las bases de datos de los registros civiles y de instituciones financieras.

–Mi último fracaso –continuó– ocurrió en Sudáfrica.  Se llamaba Ritske Blom.
Asentí en silencio. Por eso le había perdido la pista. No había encontrado información sobre ese viaje, y claro, a partir de entonces pasó a llamarse Samantha Blom.

–Creí que finalmente había encontrado la felicidad –dijo ella–, pero me equivoqué. Ahora, después de tantos tropiezos, he aprendido cuál es el camino que debo seguir. Y debo empezar reparando todo el daño que causé.

–¿Y me estás diciendo que el camino hacia tu felicidad comienza por tener sexo conmigo?
–pregunté sin mucha convicción.

–¡Exactamente! –exclamó.
No cabía duda, comparados con el programa de autorrealización de Samantha, los libros de Og Mandino y Dale Carnegie, quedaban reducidos a una reverenda porquería.

–En ese caso –le dije enarcando las cejas– ¿quién soy yo para entorpecer tus planes?

Me acerqué a ella, lentamente, todavía con algo de resquemor. Alargué una mano y le acaricié una mejilla con la punta de los dedos, temiendo que desapareciera en cualquier momento. Ella pareció comprender mi temor y me sonrió con ternura al tiempo que se acercaba a mí.

–De verdad estoy aquí –musitó en mi oído.

Tomé su rostro entre mis manos y la besé despacio, con suavidad, así como tantas veces había soñado hacerlo durante mis años en el colegio. Luego la estreché contra mi cuerpo y comencé a respirar el delicioso aroma de su pelo y de su cuello. Pensé que podría quedarme así para siempre, sintiendo su calor, escuchando su respiración, sin embargo, lo que se endurecía bajo mis pantalones, parecía tener sus propios planes.

Ella se apretó aún más y comenzó a besarme con fuerza. Su lengua se deslizó, cálida y ansiosa, en mi boca, explorando mis labios, buscando jugar con mi propia lengua.
Todavía enlazados por un profundo beso me condujo hasta la cama. Nos sentamos en el borde y ella comenzó a pasar sus dedos por mi cabello y por mi pecho y a susurrar, mientras me mordisqueaba el lóbulo de la oreja, que sólo tenía que relajarme y dejarla hacer.

Me tendí de espaldas y ella se inclinó para quitarme los zapatos y los calcetines. El bulto en mis pantalones ya debía resultar demasiado evidente. Quise ocultarlo entrelazando las manos sobre mi entrepierna, pero ella las retiró con delicadeza y comenzó a acariciarme por encima de la tela. De inmediato sentí un escalofrió que me recorrió todo el cuerpo y comencé a implorar en silencio, que no fuera a pasarme lo que a la lechera de la fábula, que derramó toda la leche antes de llegar al mercado.

Desabotonó mi camisa y con círculos suaves sus labios recorrieron mi abdomen, trazando luego círculos más amplios. Luego bajó la cremallera de mi pantalón y metió su mano en la bragueta para liberar mi miembro erecto. Sus labios se apoyaron delicadamente en mi glande. Pasó mucho tiempo dado rápidos y pequeños besos hacia arriba y abajo, desde la cabeza hasta la base de mi miembro. Después me hizo bajarme el pantalón y la ropa interior y comenzó a lamerme los testículos y a chuparlos con suavidad. Yo me aferraba a sus hombros, in- capaz de asimilar tanto placer. Luego, sin previo aviso, engulló todo mi pene hundiendo su nariz en mi vello púbico. Se quedó unos segundos así, sacudiendo un poco su cabeza, como si quisiera tragar aún más. Yo no pude contenerme y empecé a mover las caderas, haciéndole el amor en la boca. Seguí elevándome y descendiendo, con un movimiento circular, que hacía que la punta de miembro rebotara en el interior de su boca. En poco tiempo sentí que estaba a punto de estallar y, con dolor en el alma, tuve que detenerme. Todavía estaba joven, pero no quería arriesgarme a descubrir, que esa noche, mi pistola estaba cargada con una única bala.

Me quedé recostado en la cama y le pedí que se desvistiera frente a mí. Debí reconocer que, probablemente, nunca más volvería a ver algo tan hermoso como su cuerpo desnudo.
Le dije que ahora era su turno y que se acostara sobre la cama. Coloqué la cabeza entre sus piernas y comencé a trabajarle la vagina. Para darle placer oral a una mujer es más importante la destreza que el entusiasmo y, claro, la destreza solamente se adquiere con bastante práctica; una práctica que yo, desde luego, no tenía. Sin embargo, a pesar de que yo mismo era consciente de que estaba haciendo una pésima labor, no podía dejar de besar aquellos labios rosados, de sorber con pasión su clítoris (creo que ése era su clítoris, aunque no me jugaría la vida asegurándolo), de paladear con fruición los jugos que emanaban de su interior. Después de algunos minutos, ella me levantó la cabeza halándome suavemente del cabello.

–¿Adónde  quieres  metérmela  primero?  –me  preguntó con naturalidad– ¿Adelante o atrás?
Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Era la pregunta más hermosa que me habían hecho en toda la vida.

–No tengo ningún lubricante –le respondí, indicándole claramente mi elección.
Ella se encogió de hombros con las palmas hacia arriba, como preguntándome cuál era el problema.
–Tienes saliva, ¿verdad? –me dijo finalmente.

Me mordí el labio y di las gracias mentalmente. Mi fe en la humanidad había sido restaurada. Froté mis manos y me dispuse a ponerme en acción.

Varias horas después y tras haber hecho todo lo posible por recrear las posturas más complejas del Kama Sutra, ella se recostó sobre mi pecho.

–¿Me perdonas por todo lo que te hice cuando estábamos en el colegio? –me preguntó expectante.
–Después de lo que acabas de hacer –le dije– podrías haberme arrollado con tu auto o haberme dejado inconsciente con un bate y no dudaría en perdonarte. 

Ella me sonrió y me dio un beso en la frente.

–En ese caso –me dijo, levantándose de la cama– es hora de marcharme. Me gustaría saber si todos a los que hice sufrir serán capaces de perdonarme.
En ese momento no le di importancia a su referencia hacia sus otras víctimas. Tenía cosas más importantes en que pensar.

–¿Volveré a verte? –le pregunté con ansiedad.
–No lo sé –fue lo último que me respondió esa noche. Cuando se hubo marchado corrí hacia mi computadora.

Necesitaba saber los detalles más recientes de su vida. Tecleé su nombre y filtré los resultados para leer los datos más actuales. Acerque el rostro a la pantalla. Debía tratarse de un error. Abrí uno de los enlaces y leí la noticia. Un escalofrío me recorrió la espalda. Habían encontrado su cuerpo sin vida en una habitación de hotel en Johannesburgo. Las evidencias preliminares apuntaban a un suicidio. Pensé que debía tratarse de otra persona, pero al final de la nota aparecía su fotografía. Era ella. Incluso vestía el mismo traje que llevaba esa noche.

Me llevé las manos al cabello y sentí un incómodo vacío en el estómago. Era como estar en medio de una pesadilla. Lo único que hacía falta era escuchar la voz de Rod Serling y que comenzara a sonar el tema final de la Dimensión Desconocida.

Lancé un pequeño grito cuando mi teléfono móvil empezó a timbrar. Miré la pantalla. Era mi amigo Carlos. Le pediría que llegara a acompañarme. No estaba seguro de que mis nervios resistieran hasta el día siguiente. 

– Carlos –le dije– no vas a creer lo que voy a contarte.
–Te equivocas –me dijo Carlos, desde el otro lado de la línea– tú no vas a creer lo que yo voy a contarte. ¿A que no adivinas quién está en mi casa?

De inmediato supe de quién se trataba. Debía poner a Carlos sobre aviso.
–Es Samantha, nuestra Samantha –dijo mi amigo–. Y sospecho que quiere tener algo conmigo. Es lo mejor que me ha pasado en la vida.

El tono de emoción en la voz de Carlos me puso a pensar. Él era un perdedor igual que yo. Nuestra idea de sexo seguro consistía en actualizar el antivirus antes de entrar a un sitio de pornografía gratis. Tenía razón, lo de esa noche, era lo mejor que me había sucedido en toda la vida. Bajé la mirada. Mi miembro descansaba como una pitón después de engullir un cervatillo. Podría vivir durante meses alimentándose solamente con el recuerdo. Qué importaba que Samantha estuviera muerta. Lo cierto era que quizás nunca podría tener otra oportunidad igual. Yo había echado el polvo de mi vida, ¿por qué habría de impedir que mi mejor amigo echara el suyo?
-Hazla pedazos, campeón –le dije y corté la llamada.

Relatos fotoeróticos, Ediciones Irreverentes, junio de 2014.
 



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KALTON HAROLD BRUHL
(Tegucigalpa, 1976)
Sus obras aparecen en varias antologías  publicadas en los últimos cinco años en distintas editoriales de España, Argentina, México y Estados Unidos. Ha  recibido diversos premios literarios entre los que se destacan: Primer premio en el VII Concurso Anual de Cuento Breve y Poesía de la Librería Mediática (Venezuela, 2010), Premio “Horacio Castillo”, al cuento extranjero destacado en el Certamen Literario Juninpaís (Argentina, 2010), Primer Premio en el Certamen Arcadio Ferrer Peiró de Narrativa en Castellano del Ayuntamiento de Canals (España, 2010), Ganador del III Premio  de Relato “Sexto Continente” de Ediciones Irreverentes (España, 2010), Ganador del IV Premio de Relato “Sexto Continente” de Ediciones Irreverentes (España, 2010), Ganador del IV Premio de Relato  “Sexto Continente” de Ediciones Irreverentes (España, 2011), Premio único en el  III Certamen Literario Centroamericano Permanente de Novela Corta (Honduras, 2011), Primer Lugar,  rama de cuento, Juegos Florales de Santa Rosa de Copán (Honduras, 2011); asimismo ha resultado finalista en varios certámenes literarios, entre los que se mencionan: VII Premio Internacional “Vivienda -Villiers” de Relato (España, 2012), II Premio TERBI de Terror, Fantasía y Ciencia Ficción (España, 2012), X Certamen Internacional de Microcuento Fantástico MINATURA (España, 2012) y en el Concurso Internacional de Minicuento “El Dinosaurio” (Cuba, 2012).
También aparece en un Espejo Roto (GEICA, Instituto Goethe, 2014).

jueves, 20 de marzo de 2014

Náufragos o el talento narrativo de Dennis Arita. Hernán Antonio Bermúdez




Dennis Arita




                                                Hernán Antonio Bermúdez


“náufragos que sólo alcanzan a reconocerse cuando logran
confluir en una danza o juego” (p. 96)
                                                                                                                        
En el 2008 Dennis Arita inició su trayectoria como narrador al publicar Final de invierno, libro que agrupa cinco cuentos, el último de los cuales le da el título al volumen. Cabe decir que su voz autoral no se parece a ninguna otra. Impregnado de atmósferas y personajes de clara estirpe onettiana, Dennis Arita pareciera trabajar en un taller secreto del lenguaje, fraguando una estética peculiar que traspasa las inflexiones de la lengua a su propia búsqueda expresiva.

El linaje de Juan Carlos Onetti en estos relatos se detecta por el clima de derrota, confinamiento y hastío de los personajes principales. Y aun cuando ocasionalmente puedan adoptar un inusual aire de liviandad, tiemblan y hacen relucir su fragilidad subterránea.

Lo que sucede en Final de invierno es un continuo fracaso, una comprobación tras otra de la inutilidad de actuar. La comunicación no tiene cabida en este universo cerrado y gélido (allí, además, para mayor énfasis, siempre hace frío y llueve), y se la rehúye de manera constante. Así, cuando se desencadena cualquier situación en que cabría esperar un diálogo, el protagonista se desconecta y deambula en un ámbito propio y ajeno. Las raras veces en que se intenta establecer una aproximación con algún interlocutor, ésta ineluctablemente fracasa o se malogra.

Aparte está el terrible aburrimiento o desazón existencial que domina a todos los personajes que siempre parecen querer desligarse del sombrío lugar en que se encuentran (“la vida está en otra parte”, como diría Milan Kundera). Estos gesticulan como mónadas aisladas, y, si acaso, los diálogos lacónicos marcan la distancia que escinde al protagonista de los demás personajes o, como suele decirse, “el mutuo enigma de un ser frente a otro”.

En el territorio literario de Dennis Arita refulge permanentemente la imagen de oscuridad. Se trata de una opacidad irremediable y de un misterio difuso que corroe el hábitat de estos cuentos. Es más, se está en presencia de una manera elusiva, oblicua, de narrar, donde la soledad resulta un fenómeno del todo pesaroso (desastroso quizá), pero sin bordear el patetismo. A veces con una trama próxima a la de los sueños, con su lógica alucinada y sus apariciones (y desapariciones) inexplicables.

En tal sentido, en los relatos de Final de invierno, emparentados por su textura depresiva y su crispación febril, la acción narrativa y el contexto que la rodea poseen una cierta condición onírica: las figuras se coagulan en torno a una lúcida y delirante obsesión de pesadilla.

En todos ellos, el protagonista, Figueroa en “El río”, Sierra en “Casas”, Peralta en “Monstruo”, Juan Mendoza en “Edificios después de la lluvia” y el de “Final de invierno” (cuyo nombre se escamotea), es un individuo angustiado o bien desmoralizado: se trata de sujetos exhaustos, desengañados, suspicaces, con los afectos rotos o al borde de la zozobra.

   Así en “El río”, “Figueroa no puede decir si acaba de perder la noción del tiempo y de las distancias o si ha sido siempre así” (p. 19) y “las sensaciones le llegan como atravesando distancias cubiertas de niebla” (p. 20). “Todo es para él como un río llevándoselo hacia la nada” (pp. 24 y 25).
  En “Casas”, “Sierra se sentía cada vez más lejos, como si se lo llevara la corriente de un río, igual que un tronco o una rama” (p. 47), y “es incapaz de recordar” (p. 46).
  En “Monstruo”, a Peralta “lo perturbó la sospecha de que por alguna razón estaba perdiendo contacto con la realidad” (p. 55) y “todo quedaría en el límite de lo indefinido” (p. 58).
  Mendoza en “Edificios después de la lluvia” se mueve en “la sombra verdosa y casi submarina en que parecían flotar los objetos” (p. 76).  

El cuento titular del libro, “Final de invierno”, es a mi juicio el más logrado. No por casualidad éste dio su nombre al libro entero. Además, tanto en él como en “Edificios después de la lluvia” se destaca un “yo” más cargado de importancia individual: es el narrador. En efecto, estos dos relatos están escritos en primera persona del singular: cuentan las vivencias y las reacciones de figuras protagónicas (proto/agónicas) que son, de alguna manera, una delegación del autor aunque, por supuesto, sin confundirse con ellas. Es decir, el autor les presta su voz, su estilo, pero los personajes (como no podía ser de otra manera) poseen las dimensiones de creaturas literarias, con su peso específico propio.

En definitiva, los protagonistas difieren poco entre sí y parecen variaciones de un modelo compartido. Eso sí, la hilación de los hechos discurre lenta, lo que carga a la prosa de una dramaticidad a ratos exasperante. La valía de los relatos depende más de su ciclo verbal que de los consabidos componentes anecdóticos que puedan contener. Con todo, el último cuento es un prodigio de intensidad y de dosificación de los efectos, como un mecanismo destinado a culminar con el manotazo de la frase final.

Dennis Arita posee, en suma, una escritura depurada, precisión de vocabulario, pudor expresivo, continuos hallazgos descriptivos y casi ausencia total de tanteos o vacilaciones (las excepciones son minúsculas). Final de invierno es un excelente primer libro y le abre paso, además, a Música del desierto (2011) que confirma y consolida su enorme talento narrativo.


                                                                                         Tegucigalpa, marzo del 2014