Mostrando entradas con la etiqueta Giovanni Rodríguez. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Giovanni Rodríguez. Mostrar todas las entradas

sábado, 16 de junio de 2018

El juego metaficcional en «Tercera Persona» de Giovanni Rodríguez.




Breve reseña: El juego metaficcional en Tercera persona

Recomiendo la lectura de Tercera persona (Uruk Editores, Costa Rica, 2017) del escritor santabarbarense Giovanni Rodríguez (HN, 1980), cuya trama es su vida y la escritura de su vida como novela, ineludible influencia de Vila-Matas (reléase El mal de Montano) y Javier Marías (reléase Todas las almas), pero en ella, además, se encuentran ciertos momentos reflexivos al estilo de Sabato en La resistencia y ese regusto que dejan las novelas de Walser, o las reminiscencias de la angustia de un Oliveira en una vida y tiempo sin sentido. Tampoco queda indemne el lector del tono melancólico recurrente que lo convierte en «ese otro» personaje «introspectivo», aunque a veces parsimonioso, en el que el autor se convierte; pero también hay momentos intensos y rítmicos al inicio de su novela: «Yo siempre le había dicho que amara» que se repetirá en páginas sucesivas. En la novela de Rodríguez podría contestarse una posible «solución» o «salida» a esa pregunta de Blanchot citada por Vila-Matas de «¿cómo haremos para desaparecer?» como mecanismo de autoficción, es decir la creación de ficciones a partir de elementos autobiográficos con sus dramas de vida, amor, enfermedad y muerte, cuyos escenarios se desarrollan entre cuatro países: Honduras, España, Francia y Holanda, en los últimos dos como tretas ficcionales que el narrador desmentirá en los momentos menos esperados, cuando el lector haya caído en la trampa de sus viajes imaginarios. De todas sus novelas, me quedo con esta. Rodríguez se transforma en una especie de Pessoa o de Sabino (en «De todo, tres cosas»). Por supuesto, hay otros puntos que abordar, pero tal tarea la delego a otros lectores y lectoras. Por mi parte, cierro con que no dudo que se convertirá en una lectura indispensable en actuales y futuros lectores de nuestra región. Como dice Shakespeare: «…resistirá las mordeduras del tiempo…» porque el narrador ha sabido ganarse nuestra «confianza» como lectores en términos de verosimilitud. 



Gustavo Campos
16 de junio de 2018

jueves, 9 de octubre de 2014

El estilo digresivo y la parodia como intertextualidad en Ficción Hereje...


Se venía el año 2009 y con él la edición de Ficción hereje para lectores castos de Giovanni Rodríguez. El equipo mimalapalabra estaba preparado: desde Canadá Felipe Bello elabora la portada y se la remite a Giovanni, quien a su vez nos la reenvía; mientras yo me dedico a la diagramación del interior de la novela, Carlos se dedica a la promoción del libro y junto a Ricardo Tomé nos aventuramos en la elaboración de breves videítos divertidos sobre los ambientes claves donde se desarrolla la novela. Junto al ferrocarril le hacemos una entrevista a Carlos Rodríguez y él niega rotundamente haber sido miembro de una banda hereje. Ricardo Tomé da saltitos en una especie de secreta danza cerca del Museo de Antropología. Los preparativos culminan, la expectación crece, y hacemos una primera presentación on-line en el bar de Ricardo, el viejo Klein Bohemia, con un Giovanni trasnochado -en ese entonces vivía en España y los horarios eran casi opuestos-. Días después se vendría la presentación oficial un par de días antes del Golpe de Estado. Los primeros títulos de mimalapalabra editores: Corral de locos -poesía- de Muvin Andino y Ficción hereje... -novela- de Giovanni Rodríguez. Una edición muy cuidada, a cargo de Litografía Iberoamericana, del finado Poeta Óscar Acosta. No está de más mencionar quien estuvo a cargo del diseño de exterior fue Bayron Benitez. Claro, yo me adjudico la genial idea de haber elaborado el logo de la editorial y cómo debían ir las colecciones y es Benitez quien luego lo retoma y estiliza en los libros siguientes, como podrán observarlo en cualquier otro libro de la colección. Hernán Antonio Bermúdez prologa el libro y hace una muy buena reflexión sobre el libro, sus historias, el equilibrio entre los personajes, y hace ya una mención del grupo, generacionalmente hablando. 
El presente es un ensayo-artículo que viene a sumarse a los otros ya esgrimidos. Algo tarde, pero con paso firme, procurando desarmar la novela y encontrar los mecanismos a los cuales recurre el autor para el entramado de su primera novela. También corresponde a una serie de ensayos ("estudio") que he venido haciendo de los libros publicados por nuestra generación, que incluyen también a la predecesora, Gallardo y Arita, en otras palabras, los autores que publicaron y pertenecen a esa primera idea concretada en Entre el parnaso y la maisón. Otros autores que entran son: Jessica Sánchez, Mario Gallardo, Dennis Arita, Jorge Martínez y Darío Cálix, y, por supuesto, yo, Gustavo Campos. Esta intención de estudio de autores de la costa norte deriva de una conferencia que impartí en el Centro de Arte y Cultura de la UNAH y que tenía por título "En búsqueda del gran discurso, la otra Honduras" y que aún existe y prologa un proyecto de antología de la otra vértebra de la literatura hondureña, o por lo menos la que debíamos haber buscado o asumido, suponiendo que ningún escritor hondureño es heredero de otro escritor hondureño y que aquí todos nacimos huérfanos, alimentándonos de autores con los cuales tenemos afinidades, siempre yendo a la fuente original, al pozo original, a extraer esa primera huella, si es que hubo una primera huella, como lo hicieron los narradores hondureños que nos precedieron y es con los que coincidimos con los que compartimos esa noción propia y reinventada y reelaborada de literatura. Luego publicaré los demás, mientras, he aquí mi aporte sobre 
 Ficción Hereje para lectores castos: 
----------------------------
El estilo digresivo y la parodia como intertextualidad en Ficción Hereje




El estilo narrativo de Vila-Matas está presente en Ficción hereje para lectores castos, pero con un evidente sedimento cervantino o baudeleriano –éste último únicamente en su prólogo, aunque el tema de la herejía y la maldad podría emparentarlo bien, narrativamente, con Las flores del mal, tómese en cuenta la producción poética del autor y las correspondencias, deliberadamente preferidas, con los simbolistas parnasianos–, pero también el discurso que se advierte de entrada puede hallar parentesco perifrástico con el inicio de Anatomía de la melancolía de Robert Burton, contemporáneo de Cervantes y Shakespeare; pero si está presente Vila-Matas está presente Sterne, y si está presente Sterne por obviedad estará presente Cervantes –como ya lo hemos mencionado, valga la redundancia– y por ende su estilo cervantino y picaresco. Por esa razón Sara Rolla lo ha expuesto en su breve ensayo “Lectura casta de una ficción hereje”, al decir que el libro está escrito “en clave cervantina” y que en él “lo carnavalesco” junto a la “picaresca” se entretejen en el “ingenioso juego autoral” del que hace gala con “sutilezas intertextuales” el autor/editor que abre su brecha en la narrativa contemporánea hondureña, como un extraño y desenfadado hereje Pierre Menard del tercer mundo. 
 
Pero ahora bien, ese espíritu cervantino y estilo digresivo burtoniano/sterniano dio como resultado que Giovanni Rodríguez emprendiera un viaje sterniano –obligatoriedad Shandy– que lo ha llevado en una búsqueda –continuación– del estilo digresivo en el discurso, desde FHPLC, su primer libro, y en el cual nos enfocaremos para este ensayo, hasta su novela aún inédita Tercera persona o La vida como una novela, la cual leí hace un par de años y que también supongo habrá cambiado en la actualidad, pero de la que han quedado como constancia unas páginas en Entre el parnaso y la maison (2011), específicamente del capítulo titulado “Diario de Montpellier”, cuya trama es la de un joven escritor que cuenta su aventura sexual con una francesa que lo hospeda, mientras él procura escribir una novela cuyo personaje es un lector modelo que asume el doble rol de autor-narrador, que aún no ha nacido, y que desde su desdoblamiento cuenta su historia desde la voz de su abuelo, en un entramado utópico y laberíntico que tiene por fin fusionar ambas historias aparentemente en distintos espacios de tiempo, apropiándose, mediante constantes digresiones y reflexiones, de la voz del joven que vive en un “presente” real, pero a la vez hipotético, puesto que el narrador cambia constantemente de enfoque, yéndose por una de las vías de los “mundos posibles” ya remitidos por caridad por Umberto Eco y que pudo tener como influencia inmediata en Rodríguez la trama de la novela La guerra mortal de los sentidos de Roberto Castillo, donde un personaje llamado Illán Monteverde, de nacionalidad española y bisnieto del “Buscador del último hablante lenca”, busca reconstruir las aventuras del bisabuelo mediante un género literario que ha quedado en desuso en el año 2099, como ser el género de la novela.

Pero volviendo a Ficción hereje, obra que opera dentro de una tradición, y que a su vez gracias al choque de voces –autor, narrador, editor, personajes, para mencionar algunos– participa de una suerte de mecanismos paródicos, pues es patente la ironía que tiene por fin cuestionar o mofarse de una convención literaria precedente. Es por esa razón que el autor recurre a recursos retóricos o viejas fórmulas –“aprovechamiento de recursos consagrados por la novela tradicional, como los paratextos empleados en el encabezamiento de los capítulos”, como lo ha indicado Sara Rolla, para captar la atención del lector y mantenerlo en el espíritu de la novela, que es el juego de un personaje o actor enmascarado. Bien pudo haber precedido la novela la siguiente frase de Burton: “No indagues en lo que está oculto; si te gusta el contenido ‘y te resulta de utilidad, suponte que el autor es el hombre de la Luna o quien quieras’, no me gustaría que se me conociera.” Y sin haberla citado o precedido está allí, dentro del texto, como una huella anterior, sterniana, ahora también vila-matiana, si mejor nos aclimatamos a este tiempo, pero Ficción hereje –para referirme a la novela nombraré nomás sus dos primeras palabras por comodidad mía o simple pereza debido al tan largo título– comienza así:

No nos corresponde, amable lector, a vos y a mí juzgar por cierto lo que en las sucesivas páginas quedará referido acerca de la historia común de los cuatro personajes que en ella intervienen.”

Más adelante, agrega el supuesto editor, que ha investigado y no ha podido recabar información sobre los nombres y la autenticidad de la historia, lo siguiente:

Nadie recuerda a cuatro muchachos que por esta periferia del mundo alguna vez hayan incurrido en actividades propias o al menos vinculadas al concepto de la herejía. Por esta razón he desestimado la posibilidad de que los textos refieran un conocimiento histórico y he decidido publicarlos como “obra de ficción”, que es lo que son al fin y al cabo.”

De esta manera logra captar la atención del lector y mantener su interés sobre los aludidos en la novela. De inicio una fina ironía nos embarca en un “inmenso juego”. Milan Kundera, en El arte de la novela, dedica unas páginas al Tristán Shandy como “buen ejemplo de cómo el espíritu de la novela no ha sido todavía explotado”, y agrega que para Sterne la novela no es un mero ejercicio literario lúdico, sino una seria reflexión sobre la creatividad y la vida y sobre la interacción entre ambas actividades. Asimismo, pensemos entonces no en los personajes y su veracidad, como han apuntado algunos, de Ficción hereje, tampoco en si los personajes aludidos son reales o no o si al autor se le escapó de las manos imprimirles más vida, y sacrificó, en pos de la estructura equilibrada del texto, de su organicidad arquitectónica, casi simétrica, mayor alcance en la caracterización de los personajes, quedándole acartonados, como oí en algunas conversaciones y en la misma presentación de su libro en el 2011. También, si se quiere, puede achacársele a que es una novela primeriza. Otro achaque a la novela, o debilidad mencionada, es que el término “herejía” no juega un papel preponderante en la trama novelesca, y, por el contrario, se queda como algo que debió haberse explotado con mayor pericia y profundidad. Después de leída la novela uno puede interpretar que hay una suplantación hereje por la ortodoxia y que cuando sus cuatro personajes coquetean con la irreverencia y desacralización de los postulados eclesiásticos y religiosos no es más que un acto de “malicia” juvenil, de chanza, de “jodarria”, entre amigos que tienen un interés común: la literatura y vivir su floreciente sexualidad. Bien podríamos adjudicarle al autor de la novela una frase de Chesterton como para acabar con todo lo referente a su falta de “conceptualización profunda” de la herejía: “Traté de encontrar para mi uso, una herejía propia, y cuando la perfeccionaba con los últimos toques, descubrí que no era herejía, sino simple ortodoxia”. Y con ello acaba la historia y comenzamos otra. Que otros busquen o escarben en ese tema y se amparen, libro en mano, en tratados prohibidos por la inquisición o en las novelas de Umberto Eco. Yo, por el momento, reflexiono y me aviento a formularme algunas preguntas y a contestármelas cuando pueda, cuando no, solo daré mención de descubrimientos, yerros y aciertos, meritorios o demeritorios, en la novela de Rodríguez, los cuales había apuntado esquemáticamente, en incisos separados: 
 
  • Educación sentimental en donde las mujeres son quienes inducen al acto sexual al hombre, conllevándolo al “pecado”. (Imagen de femme fatales). Se me viene una imagen patriarcal o muy bíblica, uno de los ejes de la novela.
  • ¿De qué manera este escarceo biográfico de los personajes contribuye o adquiere relevancia en “la herejía”? ¿Constituye el intento fallido de un secuestro a un pastor una herejía? Ninguna. Hay una evidente disociación entre el discurso narrativo “aparente” y la trama. La única justificación probable se da en el capítulo doce donde el bagaje literario acredita a los personajes su intencionalidad “hereje”. Parodia ligera donde el sustrato teórico o temático no avala la intencionalidad sugerida desde el título y anunciada con constancia en cada capítulo.
  • Lo rescatable: lo que Rodríguez logra es una prosa ligera y “prístina” (valga el uso modernista del término), clara, con buen ritmo, aparentemente madejada de un solo tirón, contrario a Los inacabados, en donde todavía se notan algunas costuras sintácticas y semánticas debido a su fragmentación.
  • Es un relato lineal. Solo al final, en el flashback, aparece el personaje “enmascarado” que vuelve regresivamente en el tiempo pero con intención de contar, reparar, y reelaborar, desde el presente, aquello que había quedado en el aire y que diera verosimilitud o veracidad a la verdadera historia contada, y fabulada por el editor. El pasado es igual al presente. Y como recurso de distanciamiento, se vale del vocablo “mierda” para dar a entender, en tiempo pasado, la acción cometida y la nauseabunda persecución temida de parte de los hacedores de justicia.
  • Tenía la analepsis una función explicativa.
  • Curiosamente, la maldad de los personajes –antihéroes– de secuestrar a un hombre de fe fracasa. Esto puede leerse de dos maneras: para los devotos, la gracia de Dios sobre el pastor y el designio divino que corrigió la intención de secuestro contra los malhechores, en resumidas cuentas la ecuación podría expresarse de la siguiente manera: el castigo de Dios contra los no creyentes, de esta manera los antihéroes pierden su protagonismo y se ven debilitados y torpes. Implacable protección de Dios para con sus devotos. Y este desenlace central, negativo, contrapuesto al título del libro, hace que la balanza se incline por el lado de la fe y no del lado de la verdadera intención del narrador; y no como el título sugiere. Es el triunfo de Dios contra los impuros y las cuitas y el bochorno de bromistas jóvenes. Pero esto es bien recibido o bien entendido si notamos que una vena de humor recorre todo el libro. Las desventuras o la suerte adversa de “los herejes”.
  • También hay personajes “hijo-pródigo” en la novela. Importante si contraponemos herejía a fe, y creencia religiosa a creencias propias.
  • Tomar en cuenta analepsis, prolepsis, flashback y flashforward y el estilo digresivo del discurso a la hora de estudiar FHPLC. Algunos conceptos o ideas ya han sido objeto de reflexión.
  • Preocupaciones: desdoblamiento y manejo e inversión del tiempo en la novela. (Falta aclararlo y releer novela).
  • Masturbación y mata de guineos: signos que identifican la identidad hondureña, por semántica: bananeras… caribe. Asociada siempre al sexo.
  • Cada paratexto de cada capítulo pertenece al editor, suponemos que a Rodríguez, quien ha organizado el material, según el prólogo, por eso se refiere al narrador, es él quien ha escogido esa distribución del texto en forma de novela caballeresca o picaresca.
  • Voz que nos comunica remisiones temporales, la del editor de mimalapalabra.
  • En el capítulo 6 se habla del cronista anónimo, quien observaba a los cuatro jóvenes herejes.
  • ¿Qué trata de decirnos? ¿Qué implicación existe entre lo sexual y lo religioso? ¿Condiciona el erotismo?
  • Guiños a amigos de parte del autor, por lo cual se le ha acusado de restarle vida a las personas reales en quienes fueron inspiradas. A este inciso aplicarle la frase de Burton. 
     
Segundo apunte.
Una perspectiva nueva de lectura y por ende de interpretación, teniendo en cuenta lo que Mieke Bal interpreta: “una interpretación no es nunca más que una propuesta”: 
 
Desde una perspectiva nueva, podríamos situarnos en el olvido de la metatextualidad de la novela y circunscribirnos a las reglas que el narrador propone. En este sentido, el juego es el siguiente: la responsabilidad le es propia al editor ficticio (desdoblamiento del autor) al que le hacen entrega de la historia aún no novelada y que él modificará a su antojo, como propone en los capítulos y en el prólogo. Ahora bien, esto supondría el desconocimiento de los personajes y de su biografía. Por ende, podríamos suponer que las biografías sobre el despertar sexual de cada personaje es inventada por el narrador y por esta razón es que encontramos esa dislocación entre la relevancia que podrían tener sus “experiencias” sexuales en el desarrollo de la novela, cuyo título e intención están orientados a la desmitificación de los embaucadores espirituales. Manejando esta tesis el autor queda indultado de lo que el editor no logra a consolidar en la trama. Porque el editor de lo que más habla en un comienzo es de “herejía” y no de educación sentimental en el prólogo, asegurando que distorsionará a su antojo la historia remitida (que imaginamos breve y adscrita con especificidad a la tentativa de secuestro del líder religioso). Entonces es el narrador quien no dio el ancho y se absuelve de responsabilidad narrativa al autor. ¿Quién es el responsable? Si de culpas se tratara…, pero la literatura no se trata de penalizaciones (¿y de orden estético?). Pero veamos, si el autor se desdobla, y el autor, primera capa de ficción, no logra inteligir la totalidad de la novela como se presenta, que a su vez es la de un editor que recaba información y mediante oficio o licencia de escritor se permite ficcionar sobre el documento que se le ha remitido, y que ha trastocado a conveniencia de su siquis (por qué el empecinamiento de desvelar los goces primigenios de los 4 personajes), el autor asume doble responsabilidad, la cual le hace al final escribir una retrospectiva de lo anteriormente novelizado en un post scriptum.

Si el novelista hubiera comenzado la novela en el último capítulo “El Flash back (post scriptum)”, la novela habría tenido otra dinámica y probablemente la observación de los personajes acartonados no habría tenido fundamento, pues se habrían movido al ritmo de la última parte, y se habrían “carnalizado” (al respecto H. A. Bermúdez considera este último capítulo como el de un “tono más maduro”).

Por otra parte, ¿Por qué no pensar que la irreverencia de la novela contra la iglesia y los creyentes no es sino una alegoría contra la tradición novelesca y literaria del país? ¿Y que su acto de socavar sus preceptos y secuestrar al pastor de la iglesia no es sino una metáfora de su verdadera intención, frenada y canalizada hacia otro tema de interés nacional, contra el establishment literario y los autores ya “canonizados”? Y propongo esta idea porque todos los personajes de la novela están ligados a la literatura –mediante búsquedas y lecturas– y no tanto al malestar que pudiera ocasionarles las creencias religiosas: es, más bien, una novela contra la ignorancia y el sometimiento de añejos cánones y costumbres pueblerinas de un país centroamericano en pleno siglo XXI.


Para concluir, Eco podría darnos otra pista: “El autor no es sino una estrategia textual capaz de establecer correlaciones semánticas, y que pide ser imitado.” Y H. A. Bermúdez bien podría cerrar esta propuesta de lectura que tomaba como tema el estilo digresivo en Ficción hereje para lectores castos y que gracias a ella se me viene la imagen del autor como un Pierre Menard hereje en plena “educación sentimental”, con la siguiente conclusión precisa: “A sí como en ese ejercicio intertextual de desdoblamiento autoral, Ficción hereje… se mantiene, en todo momento, ligera, graciosa, con un humor socarrón. Incluso los pasajes más dramáticos o reflexivos están matizados por bromas o sarcasmos brutales y directos.” (Hernán Antonio Bermúdez, “Herejía y otras hierbas”).


Gustavo Campos
2013

sábado, 20 de octubre de 2012

Flash back (Post scriptum). Giovanni Rodríguez





FLASH BACK (Post scriptum)
______________________________



¡Huele a mierda! ¡Inexplicablemente huele a mierda! Todo huele siempre a mierda. Si estoy aquí, sentado obstinadamente frente a la pantalla de mi computadora, dispuesto a escribir después de todo este tiempo, es sólo porque me vienen a la mente viejos recuerdos, recuerdos de cuando era demasiado joven y creía aún en las posibilidades de cambiar el mundo. Tendría acaso unos dieciocho años y no soñaba siquiera con mantener una relación seria con ninguna mujer. Había conocido a tres amigos y había conformado con ellos un singular grupo con la firme –y loca, absurda, arriesgada- intención de derrocar el poder eclesiástico del país. 

Trataré de decir esto de la manera más rápida posible. Es urgente que lo haga. Seré breve. Un día un periódico local publicó la nota curiosa de los mensajes escritos en las paredes de una iglesia, y a partir de entonces a la prensa nacional le interesó sacarle todo el provecho posible a la idea morbosa de que el máximo líder religioso del país pudiera ser, antes que un santo, un hombre impulsado por causas diabólicas. 

Todavía conservo el recorte, que en aquel momento significó para nosotros cuatro una especie de homenaje, junto con los recortes de las noticias posteriores. 

Ahora que puedo ver hacia atrás, después de haber leído una y otra vez eso que ahora constituye la historia de Los Herejes, he de aceptar que en esencia lo que en el libro se cuenta es absolutamente cierto. Y digo “en esencia” porque aunque los hechos no se hayan producido exactamente de la misma manera en que son referidos en el libro, sí aparecen representados en él al menos como nosotros hubiésemos querido que sucedieran.

Eran los días de la locura, de la insensatez, pero eran también los días de vivir la vida no como simples observadores, sino como protagonistas. Imagínenme entonces con toda esa fuerza vital que no doy muestras de poseer ahora, queriendo agarrarle los huevos a Dios.

No voy a contradecir lo que está escrito en las páginas de ese libro biográfico de nuestro grupo. Soy consciente de que al final de cuentas la historia depende del punto de vista del cual se la mire. Pero ahora que me vienen los recuerdos de esos días, me da por aportar otros puntos de vista, no para modificar la historia, sino, quizá, para enriquecerla.

La noche de los disparos no se nos ocurrió otra cosa que llevarnos al herido a un motel de paso en las afueras de la ciudad. Todavía me río pensando en todo lo que pudo haberse imaginado el administrador al ver llegar a cuatro “machos” empapados a su motel. Después de levantar la cortina metálica para que introdujéramos el carro, cerró tras nuestro y apareció unos minutos después en la ventanita de la parte posterior de la habitación con cuatro toallas y cuatro cajitas de preservativos de tres unidades cada una. Nos dijo que por tratarse de cuatro y no de dos, como usualmente ocurría, tendría que cobrarnos el doble de la tarifa normal. Rápidamente reunimos los seiscientos lempiras para que el tipo se esfumara y nos permitiera concentrarnos en la herida que la bala le había producido a Simón en la parte anterior del muslo derecho. Por fortuna ésta no se había alojado dentro, pero el roce provocó que perdiera mucha sangre. Simón, desde el momento del disparo, sólo había emitido un grito de dolor, y toda su euforia inicial se había transformado en un letargo que le hacía parecer indiferente ante su propia circunstancia; pero aun así, si uno ponía atención, podía descubrir en su rostro una combinación de dolor, vergüenza y frustración. Mientras limpiábamos y examinábamos la herida, uno de nosotros buscó al administrador del motel para pedirle algunas cosas de su botiquín. Lo convenció de colaborar y guardar silencio con dos billetes de cien. Luego volvió a la habitación, desinfectamos la herida y la vendamos. Al amanecer, fuimos a dejar el carro a una gasolinera para que el hermano de Ricardo lo recogiera, y partimos, de bus en bus, hacia el norte.

Durante más de cinco meses nos dedicamos a recorrer buena parte del país. Empezamos por los morenales de la costa norte, en donde nunca fuimos mal recibidos. Parecíamos los últimos turistas de una generación a punto de extinguirse. Subsistíamos con poco: restos de nuestros ahorros y los envíos de la madre de Simón. Nos suponíamos buscados por la policía, pero en realidad la policía nacional no era tan hábil como para deducir que las simultáneas desapariciones de cuatro muchachos que vivían en cuatro distintos puntos de la ciudad se derivaban del intento de secuestro a un pastor evangélico famoso. Cada uno de nosotros había hecho sus respectivas llamadas telefónicas justificando su desaparición ante familiares y amigos, y aunque ninguno percibió en sus interlocutores el tipo de alarma que temía, optamos todos por no confiarnos demasiado.

Durante esos primeros días de la huida en los morenales nuestra amistad se volvió más firme que nunca. Para entonces ya no compartíamos solamente las mismas ideas, sino también los mismos secretos y los mismos temores. Los cuatro experimentamos una especie de vuelta a la semilla. Poco a poco nos fuimos olvidando de nuestros ideales, de nuestro hartazgo por la idiotez popular, como dice en las páginas del libro, y fuimos cayendo en un agradable estado de complacencia con todo lo que nos rodeaba. Llegamos a un punto en que nos olvidamos de la razón por la que estábamos ahí y no en la ciudad, en nuestras casas, con nuestras ocupaciones diarias. Fue una conveniente involución. Crecieron nuestras barbas y nuestras cabelleras. Nos bañábamos en los riachuelos que bordeaban los morenales y desembocaban en el mar, comíamos la comida y bebíamos la bebida que nos ofrecían los negros, nos emborrachábamos y bailábamos en la arena, bajo champas construidas con troncos y palmeras de coco o bajo el resplandor metálico de la luna, nos acostábamos con las mujeres jóvenes y no pensábamos en el amor o en las vidas posibles, éramos sólo fragmentos de una existencia remota más allá del tiempo y de nosotros mismos.


Pero no podíamos permanecer mucho tiempo en el mismo lugar y nos movíamos siempre. Éramos cuatro puntitos en permanente fuga.


En Tornabé decidimos que debíamos ir a las Islas, y nos fuimos. Nos subimos a una lancha barata que nos llevó, junto a otros cuatro tripulantes, desde La Ceiba hasta Roatán. Todos recordábamos las palabras de Valdo al describir el lugar: “Esa isla es un paraíso. Ahí te olvidás de todo, sólo querés ver y beber, ver y beber, desde que llegás hasta que te vas”. Y nos la pasamos viendo y bebiendo durante cuatro días, hasta que el dinero empezó a escasear de nuevo y no había posibilidades inmediatas de que la mamá de Simón hiciera una nueva transferencia bancaria. Cuando veníamos de regreso en otra lancha los cuatro, como si de pronto la felicidad colectiva se hubiera puesto de acuerdo para extinguirse al mismo tiempo, vomitamos sobre el mar, mientras muy cerca de nosotros los delfines jugaban a acompañar nuestro viaje.

¿De dónde viene este olor a mierda? Dirijo mi olfato hacia todas direcciones y no logro dar con ese maldito olor a mierda que se ha vuelto insoportable, no por el olor en sí sino por no saber de dónde proviene.

Sigo escribiendo. Aún con este molesto olor a mierda sigo escribiendo. De hecho, cada vuelta a la conciencia de la existencia de este olor a mierda es lo que me permite establecer pausas entre lo que escribo. Porque no soy de los que escriben mucho de un tirón. No soy de los que pueden sentarse a escribir durante dos horas seguidas. Soy, más bien, un escritor de rachas cortas, de los que escriben unas pocas líneas y toman aire para no ahogarse. Escribo esto porque es una necesidad que me vino de repente. No es que necesite reivindicarme de alguna forma por lo que hice o pude haber hecho mal, pero creo que quizá valga la pena aportar algunos datos adicionales sobre esa curiosa historia que construimos con nuestras irreverencias juveniles. 

Sabíamos que la policía consideraba delito un intento de secuestro. Nosotros no lo considerábamos así. Al menos no considerábamos que joderle la vida a un pastor evangélico debiera representar una infracción a la ley. En nuestro particular código moral considerábamos un deber social joderle la vida a ese pastor. Así de grande era nuestro compromiso con la sociedad. 

¡Otra vez se me viene este olor a mierda! Pero no parece haber mierda por ningún lado aquí cerca. Ha de ser una mierda sicológica, o metafísica.

He querido reproducir en estas páginas esos recuerdos juveniles no porque considere que esa vieja historia tenga algo de importancia, sino solamente para ofrecer a quien las lea un panorama de lo que fue mi vida, y la vida de mis tres amigos, en sus años más auténticos, más vitales.

A estas alturas ya no voy a andar haciendo travesuras herejes. Soy algo mayorcito para eso. Aquellos días, si bien no me arrepiento de haberlos vivido de esa manera, fueron días de una juventud enfebrecida en los que todavía pensaba que podía ayudar a cambiar el mundo con mis acciones. Casi todos los jóvenes, en su momento, piensan lo mismo, pero muy pocos se deciden a actuar como nosotros lo hicimos. No estoy arrepentido. Y sé que nuestro disparatado aporte a la sociedad pudo quizá no haber significado nada para ésta, pero al menos esa forma de vida que llevábamos por aquellos días nos ayudó a nosotros mismos. Nos ayudó a encontrarle un poco de significado a nuestras vidas. Nos ayudó a pasar los tiempos difíciles en el espíritu de un solo propósito. Teníamos una razón para vivir y para seguir luchando, más allá de los problemas de cada uno. Nos ayudó, en fin, a justificar, aunque fuera de manera arriesgada, nuestra pobre existencia.

Es difícil escribir cuando se tiene hambre. Más difícil todavía si además de hambre hay un olor a mierda que proviene de cualquier punto de la habitación. Que digan lo que quieran los demás, yo no soy de los que puede escribir algo decente si tiene en su estómago ese continuo joder que es el hambre. He de aceptar que muchas veces me he quedado escribiendo algo durante varias horas sin preocuparme de que aún no haya caído nada al estómago. Pero es distinto. Si lo primero que vino a la mente y por ende a todo el organismo fue el impulso de la escritura, ese impulso habrá de mantenerse por encima de la conciencia del hambre. Pero si es el hambre y la conciencia del hambre lo que llegó primero, como es el caso de ahora, me resulta imposible pensar en escribir y mucho menos disponerme a hacerlo ya sentado frente a la computadora, con la pantalla en blanco. Microscópicos seres parasitarios se alimentan mientras tanto de mi necesidad de alimento, conspiran, se unen contra mi disposición literaria. Y me rindo ante ellos.

Pasé hambre en el pasado. Hambre de todo tipo, no sólo de comida. Mi apetito voraz se manifestaba en muchas otras cosas. Quería ser diferente a todos los demás, no quería que me consideraran parte de todo aquello que perteneciera a lo común, a lo corriente, a lo vulgar, y por eso me lanzaba a las acciones extremas. Estaba dispuesto en ese tiempo a lanzarme con paracaídas desde un helicóptero, a lanzarme de un puente con una soga elástica atada a mis pies, a probar todas las drogas posibles, todo para poder decirme a mí mismo y decirle también al resto del mundo que había viajado a los límites de la vida y había vuelto ileso, que era un loco, sí, pero con pasaje de ida y vuelta a la locura. Tenía hambre de gloria y hacía cualquier cosa con tal de alcanzarla. Creía todavía en La Gloria Mayor y por querer aprehenderla fracasaba rotundamente. Poseía una imaginación desbocada. Emprendía grandes proyectos y ninguno de ellos llegaba a concretarse. No había una disciplina, lo echaba todo a perder. Y con las mujeres ocurría igual. No era capaz de amar a una sola, las quería a todas y en cada una de ellas encontraba una cualidad extraordinaria, y la suma de todas esas cualidades extraordinarias constituía a la mujer extraordinaria, precisamente a la mujer que no podía tener. Por eso, muchos años después, cuando conocí a V, ya no era un muchacho de mirada horizontal, concentrado únicamente en ese punto de fuga personal que me impedía percibir lo que estaba ocurriendo a mi alrededor, entonces ya me detenía a observar mis pasos con una atención insólita, como si en el acto cotidiano de caminar se hallaran todos los secretos de la existencia, como en espera de que en cualquier momento me tropezaría con una piedra y ese tropiezo me obligaría a caer, y por primera vez caería consciente de mi propia caída, y eso representaría el principio de un nuevo modo de existir. Así fue como ella me encontró, absorto en la contemplación de la piedra en la que recién había tropezado, pero aún sin ser del todo feliz por el tropiezo, esa parte le correspondía a ella procurármela.

Pero no es mi historia con ella la que quiero contar ahora. Para ella habrá tiempo después, ella tendrá su propia historia. La historia que quiero contar ahora ustedes los lectores de este libro ya la conocen, es la historia de cuatro muchachos a quienes todos llamaban Los Herejes, es la historia que han leído antes de llegar a este apartado titulado “post scriptum”, es la historia que prometí contarle a Rodríguez, el encargado de reorganizar los papeles que una vez recibió en su oficina para que los publicara si el material era de su agrado. En los primeros días de enero de este 2008, casi un par de años después de haber acabado todo, me he comunicado con Rodríguez. Lo llamé primero a la oficina de la Secretaría de Cultura, pero me informaron que ya no trabajaba ahí y que ahora vivía en España. Me proporcionaron un número telefónico de la casa de sus padres. Llamé ahí y su mamá, después de explicarle el motivo de mi llamada, me dio el número de su celular en España. Cuando al fin pude escuchar su voz le dije mi nombre y le dije que quería saludarlo personalmente. No le dije que yo era el narrador de la historia de Los Herejes. Sí le dije que conocía los papeles sobre los que él estaba trabajando y le hablé también de mi intención de escribir un texto adicional para esa historia. Hizo varias preguntas que me negué a responder en ese momento. Un post scriptum, dijo finalmente, como analizando mi oferta, y yo dije bueno, eso, un post scriptum. No es mala idea, dijo él, ¿tiene información adicional?, agregó, y yo dije sí, información valiosa, pero me gustaría dársela personalmente. Por ahora no se puede, me dijo, pero en febrero estaré en Honduras; si quiere, nos ponemos de acuerdo desde ahora. Perfecto, le dije, dónde preferiría que nos encontráramos, pregunté. Si le parece, que sea el 24 de febrero en el café Pamplona, dijo, y yo dije sí, en El café de los artistas. En el qué, dijo él, y yo dije nada, nada, sé que así lo llama usted en una novela que mantiene inédita y que así le llamó Valdo a un café guatemalteco en uno de sus cuentos. ¿Ha leído mi novela?, dijo él, sí, dije yo. ¿Pero cómo es posible? Bueno, ¿y qué le pareció?, preguntó. Bueno…, mascullé. No tiene que decir nada, total, es una novelita de juventud, un ejercicio de aprendizaje, ya quedó en el pasado, se apresuró a decir antes que yo le contestara algo concreto. Yo también me dedico a la literatura, dije, tengo algunas cosas escritas y una de ellas usted la conoce mejor que yo… ¿Cómo?, dijo él, ¿quiere decir que es usted escritor?, ¿y por qué dice que yo conozco ese escrito suyo?, agregó, y yo le contesté bueno, sí, algo de eso hay, pero mejor acordemos la hora en que nos veremos ese 24 de febrero y ahí me podrá preguntar lo que quiera. Sí, claro, disculpe, dijo, es que me llamó mucho la atención lo que acaba de decirme, ¿le parece bien a las once de la mañana?, preguntó, y le contesté que sí, que a las once estaba bien, y eso fue todo. 

Así que después que Rodríguez aceptara incorporarle un texto adicional a la historia de Los Herejes, le envié por correo electrónico, en unas diez cuartillas y fuente Garamond 12 puntos, esto que ahora leen ustedes. Pero en la conversación no le dije toda la verdad, preferí dejarlo para el final, es decir, cuando por fin leyera este texto que ahora escribo para él y para ustedes los lectores. Pero no deben ustedes dar ahora el previsible salto a los últimos párrafos de este escrito para descubrir esa verdad de la que hablo. Permítanse la oportunidad de sospecharlo, de ir atando cabos, de aventurarse a imaginar cuál será esa verdad de la que hablo, no cedan a su curiosidad de lectores hembra, continúen leyendo por estas líneas y no salten, eso no beneficiará en nada su lectura.

Los cuatro personajes herejes existimos verdaderamente, es decir, existimos no sólo en el libro que ustedes acaban de leer, sino también en la realidad, en la realidad objetiva. ¿Comprenden? Digo pues que Wilmerio, Simón, Ricardo y Alfredo sí existimos, y en este momento andamos por ahí, cada uno por su lado, acordándonos de toda esta pendejada nuestra de juventud. Yo mismo soy la prueba de que lo que digo es cierto. Si no, ¿quién más podría contarles esta historia?

Cuando agotamos el mar y la arena no nos quedó otra que hacer turismo en el interior del país. De La Ceiba pasamos por San Pedro Sula (fue la única vez que corrimos ese riesgo después de lo ocurrido algunos meses antes) hacia Copán. Allá también nos la pasábamos borrachos y felices y no necesitábamos de mucho para lograrlo. Un día nos encontramos en el parque arqueológico a un europeo que andaba con los ojitos perdidos de tanta marihuana fumada. Nos dijo que le gustaba Honduras, que se había establecido en un hotel céntrico de San Pedro Sula para de ahí partir a Islas de la Bahía y Copán, los dos sitios que le habían llamado la atención desde que se informó en Austria, su país de origen, sobre las opciones turísticas en Centroamérica. Nos contó una historia extraña sobre un desierto de Israel y un amigo mexicano que le había ayudado a sobrellevar sus días aciagos. Dijo que extrañaba a aquel amigo mexicano y que en homenaje a su amistad nunca había dejado de hacer sus ejercicios. No entendimos a qué se refería. Lo dejamos mientras observaba, minucioso, la estela A del lado oeste del parque, como si de ella creyera poder extraer el sentido de una verdad profunda, inalcanzable para nosotros. No creo que haya notado nuestra partida.

Una nueva pausa. Si esto se alarga no me culpen, trato de escribir con un ritmo contenido; de todas maneras, no debo escribirlo todo de un tirón, las pausas son mi recurso para no ceder a la tentación de revelarles ahora mi secreto, pero terminaré haciéndolo, porque de eso se trata al fin y al cabo este texto que ahora escribo, esa fue la razón (debo confesar eso al menos por ahora) por la que llamé a Rodríguez. Necesito decirles quién soy y para qué escribo.

Sigamos. No crean que me he olvidado del hambre ni del olor a mierda. Sobre todo del olor a mierda. Ahora, incluso, me parece que se ha vuelto más fuerte. Es como si alguien invisible trajera hasta mi nariz un pedacito de mierda invisible para obligarme a olerlo mientras escribo. Ahora que lo pienso, ese debe ser mi fantasma personal, mi odradek. Mi odradek es un odradek de mierda, y además, invisible. Pero sigamos.

Después de un recorrido apresurado por Copán, Gracias, La Campa, La Esperanza, Comayagua y algunos pueblos de Santa Bárbara, nuestras respectivas familias empezaron a preguntar demasiadas cosas. A nadie le había parecido sensato que de repente decidiéramos largarnos de casa por un tiempo indefinido, excepto a la familia de Simón, porque éste una vez había hecho algo parecido: se fue con unos mochileros a recorrer el mundo, aunque el recorrido duró poco porque lo abandonaron en Panajachel, en Guatemala, y de ahí tuvo que ingeniárselas para volver. Así que no todos estaban dispuestos a justificar nuestra pendejada por mucho tiempo. Habían pasado casi cinco meses, tiempo suficiente para que los más suspicaces miembros de nuestras familias empezaran a sospechar que en aquella huida repentina había algo raro, además del espíritu aventurero que pretextábamos. Nos preguntaron si andábamos metidos en negocios de drogas, si estábamos relacionados con gente peligrosa, si pensábamos seguir así toda la vida, si no íbamos a seguir estudiando, etcétera, etcétera, etcétera. Ya no resultaba reconfortante llamar a casa para preguntar por la familia, por el pulso del mundo allá donde el mundo continuaba de la misma manera; ahora había que aguantar regaños, puteadas, súplicas o llantos, todo para que los señoritos de la casa volvieran sanos y salvos. Entonces, de repente, como si todas las recriminaciones familiares hubieran surtido el efecto deseado, el mundo se convirtió en un país extranjero donde ya no había necesidad de huir ni de volver a casa. Y decidimos volver, aunque no fuera tampoco eso lo que quisiéramos hacer. Lo que pasó es que nos entró un bajón de primera, un bajón moral al fin y al cabo, y empezamos a sentir que nuestras aventuras llegaban a sus últimos días. 

Ahora los cuatro nos dedicamos a actividades más o menos sensatas. Uno de nosotros a la publicidad en la capital. Otro se casó con una jovencita mucho menor que él y se fue a vivir con ella a un pueblo remoto en el oriente del país, en donde, al parecer, se dedica a la docencia. Del tercero sabemos que un día se fue a estudiar a Chile o a España o a México, no sabemos adónde, y perdimos la comunicación con él. El cuarto y último de nosotros terminó siendo, contra todos los pronósticos, profesor en la universidad. Yo, como ven, soy uno de ellos o quizá los cuatro, pero antes que uno de ellos soy la conciencia de ellos cuatro, quizá el odradek de ellos cuatro. Me dedico a escribir desde el día en que decidí contar esta historia por primera vez, aunque entonces era un odradekscritor inexperto y sólo lo hacía por un impulso vital, sin saber nada del dominio técnico y de muchas otras cosas. Por eso le envié mi manuscrito a Rodríguez, para que él lo revisara, lo ordenara y lo publicara en el caso de resultarle interesante. Y ya ven, he aquí la historia que un día decidí primero contarme a mí mismo para no olvidar y que después creí necesario publicar. Me dedico entonces a escribir, una actividad no menos insensata que secuestrar personas, pero por la que al menos no tengo que huir de nadie, sino al contrario, me permite perseguir a los seres humanos y sus fantasmas, como durante el tiempo en que escribí nuestra historia, siguiendo hacia atrás el rastro de nuestras vidas pasadas y siguiendo además el hilo de mis propios recuerdos. 

Ésta es nuestra historia, mi versión particular de una historia compartida. He dicho todo lo que debía decir. Iba a decirles más acerca de quién soy y para qué escribo, pero creo que no será necesario; ya deben ustedes, lectores inteligentísimos, sospecharlo. Y la verdad es que no importa quién soy. Importa quizá que conozcan esta historia hereje de nosotros cuatro. Si alguien más podría desmentirme, ese sería alguno de nosotros cuatro o el tiempo que acaba por desmentirlo o confirmarlo todo, como esos vientos fuertes que en un momento dado descubren para nuestro regocijo algún vestigio, algún instante de un pasado remoto y desconocido. Pero no creo que mis amigos herejes quieran volver al pasado de la misma forma que yo, es decir reviviéndolo, sintiéndolo, siendo una vez más parte de él; y el tiempo tampoco tiene mejores recuerdos que los míos; nadie ni nada han estado tan cerca de esta historia como lo he estado yo durante todo este tiempo. Así que doy por descontado que éste es, ahora sí, su punto final. Adiós.

San Pedro Sula, marzo de 2008



de Ficción hereje para lectores castos (mimalapalabra editores, 2009)


----------------------------------------------------------------------------------------- 




(San Luis, Santa Bárbara, 1980) Estudió Letras en la UNAH-VS. Es miembro fundador de mimalapalabra y editor del blog www.mimalapalabra.com. Durante 2007 y 2008 coeditó la sección literaria del mismo nombre en diario La Prensa. En 2011 fundó la revista cultural Tercer Mundo. Ha publicado los libros de poesía Morir todavía (Letra Negra, Guatemala, 2005), Las horas bajas (SCAD, Tegucigalpa, 2007) y la antología personal Melancolía inútil (mimalapalabra, San Pedro Sula, 2012); la novela Ficción hereje para lectores castos (mimalapalabra editores, 2009) y una colección de artículos y reseñas literarias bajo el título Café y Literatura (mimalapalabra editores, 2012). Con Las horas bajas ganó en 2006 el Premio Hispanoamericano de los Juegos Florales de Quetzaltenango, Guatemala. En 2008 fue uno de los ganadores del certamen de poesía La voz + Joven, de Madrid. Poemas y cuentos suyos han aparecido en diarios y revistas de España. Fue columnista del diario Hoy de Guatemala entre 2008 y 2009. Residió en España entre 2007 y 2010. Antologado en Entre el parnaso y la maison. muestra de la nueva narrativa sampedrana (Editorial Nagg y Nell, 2011). Actualmente ejerce la docencia en la UNAH-VS.