Carátula de la segunda edición.
Estos apuntes -o ensayo- es parte de una serie de lecturas, relecturas, reflexiones y estudios sobre las nuevas publicaciones narrativas producidas en la costa norte de Honduras. Mi interés por desentrañar estas obras comenzó por la falta de estudios sobre la narrativa actual -salvo dos o tres críticos se han interesado en esta generación: Sara Rolla, Hernán Antonio Bermúdez y Helen Umaña-. También a raíz de una conferencia que impartí en el Centro de Arte y Cultura de la UNAH titulada "En búsqueda del gran discuso, la otra Honduras" y de una muestra de narrativa de la costa que Editorial Nagg y Nell publicó en el 2011 y que tuvo por nombre Entre el parnaso y la maison, proyecto que me vi obligado a concretar para reunir en él los nombres relevantes que ahora destacan en la actualidad. Asimismo he emprendido la labor de elaborar una antología del cuento hondureño, desde otras perspectivas, tratando de ahilar esas ideas ya expuestas en la conferencia. Lo que a continuación sigue es parte del estudio "Entre
la narrativa de escepticismo y el principio del interés", cuya introducción la publicaré posteriormente, pero aquí les dejo apuntes sobre el libro Las virtudes de Onán (2007; 2015) en relación a otros libros de la época:
Apuntes sobre Las virtudes de Onán
Algunas de
las características relevantes en Las
virtudes de Onán son las siguientes: energía
y dinamismo, divididas en especies de oleadas impetuosas en sus
comienzos
que arrollan y arrastran al lector en cada capítulo del relato. Este
apunte es importantísimo porque Gallardo sigue la premisa de Calvino
sobre el convencimiento de la inutilidad de los preámbulos. De allí
la regla aprendida y puesta en práctica –como préstamo literario
sin alusión directa, a lo Antoine de La Sale– de comenzar cada
capítulo del relato que titula el libro con una fórmula ya antes
prestablecida. Cito únicamente tres casos: Primera, en el capítulo
1: “Llámenme
Onán, le dijo a la pandilla de don Gato”,
frase proveniente de Moby Dick de Henry Melville (“Call
me Ishmael”
–Llamadme Ihsmael–), la que la aleja de ser una
frase al azar, sino todo lo contrario, el convencimiento, vía
lecturas, de la inutilidad de los preámbulos en la escritura, cuya
fundamental categoría literaria, según Cunningham, es la autoridad.
Fórmula clásica como punto alto literario para crear expectación
desde su inicio. Segunda, en el capítulo 2: “¿Encontraría
a Onán? Tantas veces le había bastado con asomarse a la entrada de
“El Calabozo”, acostumbrarse a la oscuridad y al humo de los
cigarrillos que volvía pardos a todos los gatos, para después
reconocer la flaca figura que se recortaba en la esquina de la
barra”, de
Rayuela de Julio Cortázar (“¿Encontraría
a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la
rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de
ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguirlas
formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a
veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de
hierro, inclinada sobre el agua”).
Tercera, en el capítulo 4: “Showtime!
Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches damas y
caballeros, tengan todos ustedes. Goodevening, ladies &
gentlemen. “Lady Fashion”, el cabaret más fabuloso de esta
ciudad y sus alrededores les da la bienvenida a un evento único,
propio sólo de las grandes urbes mundiales. Porque señoras y
señores, ladies and gentlemen, hoy serán testigos de un acto sin
precedentes en la farándula nacional: el primer “Miss Honduras
Tercer Sexo Belleza Nacional”,
de Tres tristes
tigres de
Guillermo Cabrera Infante. (“Showtime!
Señoras y señores. Ladies and gentlemen. Muy buenas noches, damas y
caballeros, tengan todos ustedes. Good-evening, ladies &
gentlemen. Tropicana, el cabaret más fabuloso del
mundo…”).
Todas fórmulas clásicas como puntos
altos de la literatura para evitar que la trama decaiga en su
narración. Es quizás esta la razón por la cual sobre cada lectura
de los capítulos del relato “Las virtudes de Onán” sentimos y
reconocemos siempre esa sensación extraña que nos va impulsando a
continuar con la lectura. Ya antes en Antoine de
La Sale y Savinio encontramos precedentes. Tampoco se trata de
recrear aquella vieja competencia literaria del siglo II a. C. que se
organizó en Egipto donde uno de los jueces era Aristófanes y
sugirió que el poeta a premiar había sido quien declamó los peores
versos, habiendo descubierto de antemano el filósofo griego que los
demás poetas habían recitado versos de otros autores, sin importar
su causa: influencia, parodia o paráfrasis. ¿Hurto literario o
préstamo intertextual como estrategia o recurso estilístico para
establecer correlaciones con quienes adeuda literariamente? O quizás
nada más el uso –e intento– de etiquetarse bajo el término
“posmoderno” como una intervención de un juego interminable de
citas o alusiones en búsqueda del perfil intelectual de un “lector
modelo” que como Eco o Barthes o Kristeva sea capaz de “considerar,
mirar, ver, encontrar parentescos y semejanzas” en Las
virtudes de Onán. No es extraño que todo el
libro esté plagado de ese recurso, a distintos niveles, tanto
literario, cultural antropológico, e interdiscursivo. La
interrogante aquí entonces no corresponde sobre juzgar su método
compositivo sino replantearse si logra su cometido. Recuérdese
también que el autor del libro es también un lector y además de
“lector modelo”, en el amplio juego que lo maneja Eco, es además
profesor universitario de Literatura, heredero, quiérase o no, de la
literatura moderna, que, como señala Calvino, es en “la que los
escritores se sienten autorizados a aislar la historia que deciden
narrar del conjunto de lo narrable”, y que a juicio de Kristeva –O
Derrida–, está llena de huellas mnésicas
ahora tan comunes y ampliamente difundidas, como decir que en el
siglo XIV encontramos a Antoine de La Sale, y a Francesco Petrarca un
poco antes, y en similar operación de reescritura que Enrique
Vila-Matas de La Sale atribuye a Saintré buena parte de la obra de
Boucicault, como el mismo Vila-Matas atribuye frases de autoría
propia o desconocida a otros escritores evocados o personificados en
sus novelas en un mismo proceso que bien pudo influir Jorge Luis
Borges y Bioy Casares sino tuviéramos por conocimiento a Joyce,
Pound, Laurence Sterne, Miguel de Cervantes, Ovidio o Cavafis, por
mencionar algunos. Helen Umaña y Hernán Antonio Bermúdez ya antes
habían hecho mención sobre los guiños u homenajes literarios en
Las virtudes de Onán.
La primera se refiere a la intención de Gallardo de “poner a la
literatura hondureña con el pulso del mundo: Roberto Bolaño,
Ricardo Piglia, Enrique Vila-Matas, Rodrigo Rey Rosa, Eduardo
Halfon…”, y que “como cuestión generacional, la condición
posmoderna ha permeado en su sentir y lo ha dotado de una visión
acre del entorno vital”. En cambio, el segundo, un poco más
acertado en lo que se refiere a citas, guiños y homenajes, nos dice
que Gallardo está resuelto a “marcar” su territorio: “Las
virtudes de Onán está poblada de guiños a
novelas como Tres tristes tigres,
de homenajes literarios (a Cortázar y a otros conspicuos miembros
del “boom”), de referencias musicales, roqueras, de alusiones al
cine, de descalificaciones e improperios.” Tampoco
debe olvidarse que Bermúdez también ha mencionado a Horacio
Castellanos Moya como un probable antecesor. Pero entre ambos
juicios, es innegable la presencia o huella de Bataille, Cortázar,
Cabrera Infante, Bolaño, Vila-Matas, Castellanos Moya, entre otros,
en su libro.
A grosso
modo, cito algunos apuntes sobre Las virtudes
de Onán: Desde el inicio hay un diálogo de
Las virtudes de Onán
con la obra precedente Moby Dick
de Melville. Encuentra eficazmente simetría musical en su enunciado.
Así como “call me ishmael”,
logra traducirse ese efecto imponente en español: “Llámenme
Onán”. Las palabras agudas se caracterizan por ser enfáticas y
poseedoras de fuerza. Luego lo que le sigue: “le dijo un día a la
pandilla de Don Gato” (teleserie de los años 70´s de gatos
vagabundos). “Le dijo un día a la pandilla” fónicamente suena
muy bien en su balance rítmico: “día y pandilla” riman. Un
punto importante a traer a colación es la música o ritmo que rige
toda la estructura del relato, la cual desmiente la acusación de que
carece de validez “estética y moral” puesto que una sinfonía
siempre es engendrada por un grado de espiritualidad importante en el
creador como elemento indispensable en las artes. También vale
puntuar que en su narrativa persisten arquetipos de antihéroe
(héroes contrapuestos a mártires), lo cual humaniza y le da mayor
“carnalidad” al texto.
Hay
preocupaciones
metafísicas, sin proponerlo; hay una recurrencia con el tema de la
obsesión
del voyeur
en varios de sus cuentos; desdobles de personajes y narradores, como
en el caso del doble de Freddy Mercury y Onán; la costa norte como
una unidad espacial; oleada desmitificadora de los creadores de la
costa norte: desmitificación de la religión, desmitificación del
concepto de héroe en la década de los desaparecidos o militancias
ideológicas, y un zoom
y muestra de la violencia que corroe la sociedad, también presente
en El mundo es un
puñado de polvo,
Ficción hereje
para lectores castos,
Música del
desierto, Infinito cercano,
Los inacabados,
Katastrophé;
hay una importante mención por su valentía de destape de cloacas
corruptas de personajes mediáticos, que influyen en una masa lectora
de periódicos. Esto puede leerse de dos formas: una como un
desenmascaramiento de personas reales a la manera de Petronio o del
Marqués de Sade, y dos como lectura desvinculada y desprejuiciada de
los vicios humanos de aquellas personas que se visten bajo la máscara
de la virtud, esta última uno de los temas importantes o quizás el
eje de construcción de la historia en el libro –por ello el título
Las virtudes…–y
deconstrucción de los personajes en su engranaje social. También en
Ficción hereje
para lectores castos
ocurre algo similar pero en el plano religioso y moral. Vale también
agregar la obsesión de periodista del personaje Onán que recorta
las noticias de desaparecidos y elabora un mural con ellos,
siguiéndole la pista, por lo menos informativa, a las crueldades
cometidas por “la bestia”, que bien pudo ser Álvarez Martínez,
aunque nunca lo mencione en el libro, asimismo, hay una conexión
desde el plano virtual o imaginativo entre el mural y la “bestia”,
funciona como un indicio de “reencuentro” en un plano real
(piénsese en premonición); abandono o autoexilio del ethos del
hogar y ethos comunitario (C.S. Lewis), en “Y tu mamá también”,
“Las virtudes de Onán” y “Noche de Samba Bárbara”; aversión
implícita hacia la concepción y reproducción de la humanidad, caso
de Onán con Thamar (Ixkik) y del joven personaje de “Y tu mamá
también”–deseo que puede encontrar un referente en el Dolmance
de Sade–, donde también podría rastrearse una supuesta culpa
“histórica” o “mítica” con Ixkik, que puede conectarse con
Thamar, también violada por su hermano Amnón al igual que Ixkik fue
concebida por los enemigos del inframundo en el Popol Vuh. Pero
además de ese puente intercultural entre la mitología hebrea y la
maya, hay destellos de ternura y afecto y cierta seducción por la
muerte, o al menos por su manera de comprenderlo y exponerlo en el
libro. Por la procreación o la sexualidad han sido desterrados
muchos personajes mitológicos, desde los hebreos Adán y Eva,
inclusive la misma princesa maya Ixkik que fue expulsada debido a la
traición cometida. Este aspecto es importante a la hora de tratar de
interpretar el texto o trasfondo que recorre todo ese submundo
entretejido de parte del “portavoz ficticio” o del “texto
narrativo”, teniendo siempre en cuenta que como aclara Mieke Bal:
“una interpretación no es nunca más que una propuesta”, y
precisamente a lo que me he dedicado en este escrito es a fin de
crear una propuesta de interpretación o de lectura, para ser
comentada, tanto en mis yerros como en mis aciertos.
Pero aún me
quedan dos curiosidades por comprender: la primera si
al final la nota al pie de página del último relato, “El discreto
encanto de la H”, logra su efecto o la intención del autor, si
hubo conducción apropiada a crear la ambigüedad con la que concluye
el libro. Encontramos ejemplos de este tipo en Caillois quien, por
cierto,
no teme las contradicciones, según Todorov.
La
segunda sobre una probable incongruencia en el cuento “Para las
verdades, el tiempo”, sobre la edad del príapico personaje. En una
parte se menciona 33 y en otra 38 años.
También
vale acotar, que en “Por fin, la noche sampedrana”, H. A.
Bermúdez descubre en Gallardo la cualidad del flanèur,
que según Walter Benjamín lo describe como una especie de
“topógrafo urbano capaz de descifrar en todos sus aspectos a la
ciudad”. También vemos similar cualidad en el registro de la costa
norte en Ficción
hereje para lectores castos.
Para cerrar,
cabe destacar que en todas las reseñas,
artículos o ensayos escritos por H. A. Bermúdez sobre algunos de
los nuevos narradores de la costa norte –Giovanni Rodríguez, Mario
Gallardo, Dennis Arita, Gustavo Campos–, ha dejado constancia que
uno de los elementos afines al grupo es el erotismo y cierta
“rapacidad sexual”,
“como pocas veces se ha visto en la
narrativa hondureña”. Concluyendo “y
es que así labora la historia literaria: cada generación subsana
los vacíos de sus antecesores, cada generación –así como cada
escritor individual- formula sus propias demandas a la literatura, y
posee sus propios apremios expresivos.”
Gustavo Campos, 2014.