Se venía el año 2009 y con él la edición de Ficción hereje para lectores castos de Giovanni Rodríguez. El equipo mimalapalabra estaba preparado: desde Canadá Felipe Bello elabora la portada y se la remite a Giovanni, quien a su vez nos la reenvía; mientras yo me dedico a la diagramación del interior de la novela, Carlos se dedica a la promoción del libro y junto a Ricardo Tomé nos aventuramos en la elaboración de breves videítos divertidos sobre los ambientes claves donde se desarrolla la novela. Junto al ferrocarril le hacemos una entrevista a Carlos Rodríguez y él niega rotundamente haber sido miembro de una banda hereje. Ricardo Tomé da saltitos en una especie de secreta danza cerca del Museo de Antropología. Los preparativos culminan, la expectación crece, y hacemos una primera presentación on-line en el bar de Ricardo, el viejo Klein Bohemia, con un Giovanni trasnochado -en ese entonces vivía en España y los horarios eran casi opuestos-. Días después se vendría la presentación oficial un par de días antes del Golpe de Estado. Los primeros títulos de mimalapalabra editores: Corral de locos -poesía- de Muvin Andino y Ficción hereje... -novela- de Giovanni Rodríguez. Una edición muy cuidada, a cargo de Litografía Iberoamericana, del finado Poeta Óscar Acosta. No está de más mencionar quien estuvo a cargo del diseño de exterior fue Bayron Benitez. Claro, yo me adjudico la genial idea de haber elaborado el logo de la editorial y cómo debían ir las colecciones y es Benitez quien luego lo retoma y estiliza en los libros siguientes, como podrán observarlo en cualquier otro libro de la colección. Hernán Antonio Bermúdez prologa el libro y hace una muy buena reflexión sobre el libro, sus historias, el equilibrio entre los personajes, y hace ya una mención del grupo, generacionalmente hablando.
El
presente es un ensayo-artículo que viene a sumarse a los otros ya
esgrimidos. Algo tarde, pero con paso firme, procurando desarmar la
novela y encontrar los mecanismos a los cuales recurre el autor para el
entramado de su primera novela. También corresponde a una serie de
ensayos ("estudio") que he venido haciendo de los libros publicados por
nuestra generación, que incluyen también a la predecesora, Gallardo y
Arita, en otras palabras, los autores que publicaron y pertenecen a esa
primera idea concretada en Entre el parnaso y la maisón. Otros autores que entran son: Jessica Sánchez, Mario Gallardo, Dennis Arita, Jorge Martínez y Darío
Cálix, y, por supuesto, yo, Gustavo Campos. Esta intención de estudio
de autores de la costa norte deriva de una conferencia que impartí en el
Centro de Arte y Cultura de la UNAH y que tenía por título "En búsqueda
del gran discurso, la otra Honduras" y que aún existe y prologa un
proyecto de antología de la otra vértebra de la literatura hondureña, o
por lo menos la que debíamos haber buscado o asumido, suponiendo que
ningún escritor hondureño es heredero de otro escritor hondureño y que
aquí todos nacimos huérfanos, alimentándonos de autores con los cuales
tenemos afinidades, siempre yendo a la fuente original, al pozo
original, a extraer esa primera huella, si es que hubo una primera
huella, como lo hicieron los narradores hondureños que nos precedieron y
es con los que coincidimos con los que compartimos esa noción propia y
reinventada y reelaborada de literatura. Luego publicaré los demás,
mientras, he aquí mi aporte sobre
Ficción Hereje para lectores castos:
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El estilo digresivo y la parodia como intertextualidad en Ficción Hereje
El
estilo narrativo de Vila-Matas está presente en Ficción
hereje para lectores castos, pero con un
evidente sedimento cervantino o baudeleriano –éste último
únicamente en su prólogo, aunque el tema de la herejía y la maldad
podría emparentarlo bien, narrativamente, con Las
flores del mal, tómese en cuenta la
producción poética del autor y las correspondencias,
deliberadamente preferidas, con los simbolistas parnasianos–, pero
también el discurso que se advierte de entrada puede hallar
parentesco perifrástico con el inicio de Anatomía
de la melancolía de Robert Burton,
contemporáneo de Cervantes y Shakespeare; pero si está presente
Vila-Matas está presente Sterne, y si está presente Sterne por
obviedad estará presente Cervantes –como ya lo hemos mencionado,
valga la redundancia– y por ende su estilo cervantino y picaresco.
Por esa razón Sara Rolla lo ha expuesto en su breve ensayo “Lectura
casta de una ficción hereje”, al decir que el libro está escrito
“en clave cervantina” y que en él “lo carnavalesco” junto a
la “picaresca” se entretejen en el “ingenioso juego autoral”
del que hace gala con “sutilezas intertextuales” el autor/editor
que abre su brecha en la narrativa contemporánea hondureña, como un
extraño y desenfadado hereje Pierre Menard del tercer mundo.
Pero
ahora bien, ese espíritu cervantino y estilo digresivo
burtoniano/sterniano dio como resultado que Giovanni Rodríguez
emprendiera un viaje sterniano
–obligatoriedad Shandy– que lo ha llevado en una búsqueda
–continuación– del estilo digresivo en el discurso, desde FHPLC,
su primer libro, y en el cual nos enfocaremos para este ensayo, hasta
su novela aún inédita Tercera persona o La
vida como una novela, la cual leí hace un
par de años y que también supongo habrá cambiado en la actualidad,
pero de la que han quedado como constancia unas páginas en Entre
el parnaso y la maison (2011),
específicamente del capítulo titulado “Diario de Montpellier”,
cuya trama es la de un joven escritor que cuenta su aventura sexual
con una francesa que lo hospeda, mientras él procura escribir una
novela cuyo personaje es un lector modelo que asume el doble rol de
autor-narrador, que aún no ha nacido, y que desde su desdoblamiento
cuenta su historia desde la voz de su abuelo, en un entramado utópico
y laberíntico que tiene por fin fusionar ambas historias
aparentemente en distintos espacios de tiempo, apropiándose,
mediante constantes digresiones y reflexiones, de la voz del joven
que vive en un “presente” real, pero a la vez hipotético, puesto
que el narrador cambia constantemente de enfoque, yéndose por una de
las vías de los “mundos posibles” ya remitidos por caridad por
Umberto Eco y que pudo tener como influencia inmediata en Rodríguez
la trama de la novela La guerra mortal de los
sentidos de Roberto Castillo, donde un
personaje llamado Illán Monteverde, de nacionalidad española y
bisnieto del “Buscador del último hablante lenca”, busca
reconstruir las aventuras del bisabuelo mediante un género literario
que ha quedado en desuso en el año 2099, como ser el género de la
novela.
Pero
volviendo a Ficción hereje,
obra que opera dentro de una tradición, y que a su vez gracias al
choque de voces –autor, narrador, editor, personajes, para
mencionar algunos– participa de una suerte de mecanismos paródicos,
pues es patente la ironía que tiene por fin cuestionar o mofarse de
una convención literaria precedente. Es por esa razón que el autor
recurre a recursos retóricos o viejas fórmulas –“aprovechamiento
de recursos consagrados por la novela tradicional, como los
paratextos empleados en el encabezamiento de los capítulos”,
como lo ha indicado Sara Rolla, para captar la atención del lector y
mantenerlo en el espíritu de la novela, que es el juego de un
personaje o actor enmascarado. Bien pudo haber precedido la novela la
siguiente frase de Burton: “No indagues en lo que está oculto; si
te gusta el contenido ‘y te resulta de utilidad, suponte que el
autor es el hombre de la Luna o quien quieras’, no me gustaría que
se me conociera.” Y sin haberla citado o precedido está allí,
dentro del texto, como una huella anterior, sterniana, ahora también
vila-matiana, si mejor nos aclimatamos a este tiempo, pero Ficción
hereje –para referirme a la novela nombraré
nomás sus dos primeras palabras por comodidad mía o simple pereza
debido al tan largo título– comienza así:
“No
nos corresponde, amable lector, a vos y a mí juzgar por cierto lo
que en las sucesivas páginas quedará referido acerca de la historia
común de los cuatro personajes que en ella intervienen.”
Más
adelante, agrega el supuesto editor, que ha investigado y no ha
podido recabar información sobre los nombres y la autenticidad de la
historia, lo siguiente:
“Nadie
recuerda a cuatro muchachos que por esta periferia del mundo alguna
vez hayan incurrido en actividades propias o al menos vinculadas al
concepto de la herejía. Por esta razón he desestimado la
posibilidad de que los textos refieran un conocimiento histórico y
he decidido publicarlos como “obra de ficción”, que es lo que
son al fin y al cabo.”
De
esta manera logra captar la atención del lector y mantener su
interés sobre los aludidos en la novela. De inicio una fina ironía
nos embarca en un “inmenso juego”. Milan Kundera, en El
arte de la novela, dedica unas páginas al
Tristán Shandy como “buen ejemplo de cómo
el espíritu de la novela no ha sido todavía explotado”,
y agrega que para Sterne la novela no es un mero ejercicio literario
lúdico, sino una seria reflexión sobre la creatividad y la vida y
sobre la interacción entre ambas actividades. Asimismo, pensemos
entonces no en los personajes y su veracidad, como han apuntado
algunos, de Ficción hereje,
tampoco en si los personajes aludidos son reales o no o si al autor
se le escapó de las manos imprimirles más vida, y sacrificó, en
pos de la estructura equilibrada del texto, de su organicidad
arquitectónica, casi simétrica, mayor alcance en la caracterización
de los personajes, quedándole acartonados, como oí en algunas
conversaciones y en la misma presentación de su libro en el 2011.
También, si se quiere, puede achacársele a que es una novela
primeriza. Otro achaque a la novela, o debilidad mencionada, es que
el término “herejía” no juega un papel preponderante en la
trama novelesca, y, por el contrario, se queda como algo que debió
haberse explotado con mayor pericia y profundidad. Después de leída
la novela uno puede interpretar que hay una suplantación hereje por
la ortodoxia y que cuando sus cuatro personajes coquetean con la
irreverencia y desacralización de los postulados eclesiásticos y
religiosos no es más que un acto de “malicia” juvenil, de
chanza, de “jodarria”, entre amigos que tienen un interés común:
la literatura y vivir su floreciente sexualidad. Bien podríamos
adjudicarle al autor de la novela una frase de Chesterton como para
acabar con todo lo referente a su falta de “conceptualización
profunda” de la herejía: “Traté de
encontrar para mi uso, una herejía propia, y cuando la perfeccionaba
con los últimos toques, descubrí que no era herejía, sino simple
ortodoxia”. Y con ello acaba la historia y
comenzamos otra. Que otros busquen o escarben en ese tema y se
amparen, libro en mano, en tratados prohibidos por la inquisición o
en las novelas de Umberto Eco. Yo, por el momento, reflexiono y me
aviento a formularme algunas preguntas y a contestármelas cuando
pueda, cuando no, solo daré mención de descubrimientos, yerros y
aciertos, meritorios o demeritorios, en la novela de Rodríguez, los
cuales había apuntado esquemáticamente, en incisos separados:
- Educación sentimental en donde las mujeres son quienes inducen al acto sexual al hombre, conllevándolo al “pecado”. (Imagen de femme fatales). Se me viene una imagen patriarcal o muy bíblica, uno de los ejes de la novela.
- ¿De qué manera este escarceo biográfico de los personajes contribuye o adquiere relevancia en “la herejía”? ¿Constituye el intento fallido de un secuestro a un pastor una herejía? Ninguna. Hay una evidente disociación entre el discurso narrativo “aparente” y la trama. La única justificación probable se da en el capítulo doce donde el bagaje literario acredita a los personajes su intencionalidad “hereje”. Parodia ligera donde el sustrato teórico o temático no avala la intencionalidad sugerida desde el título y anunciada con constancia en cada capítulo.
- Lo rescatable: lo que Rodríguez logra es una prosa ligera y “prístina” (valga el uso modernista del término), clara, con buen ritmo, aparentemente madejada de un solo tirón, contrario a Los inacabados, en donde todavía se notan algunas costuras sintácticas y semánticas debido a su fragmentación.
- Es un relato lineal. Solo al final, en el flashback, aparece el personaje “enmascarado” que vuelve regresivamente en el tiempo pero con intención de contar, reparar, y reelaborar, desde el presente, aquello que había quedado en el aire y que diera verosimilitud o veracidad a la verdadera historia contada, y fabulada por el editor. El pasado es igual al presente. Y como recurso de distanciamiento, se vale del vocablo “mierda” para dar a entender, en tiempo pasado, la acción cometida y la nauseabunda persecución temida de parte de los hacedores de justicia.
- Tenía la analepsis una función explicativa.
- Curiosamente, la maldad de los personajes –antihéroes– de secuestrar a un hombre de fe fracasa. Esto puede leerse de dos maneras: para los devotos, la gracia de Dios sobre el pastor y el designio divino que corrigió la intención de secuestro contra los malhechores, en resumidas cuentas la ecuación podría expresarse de la siguiente manera: el castigo de Dios contra los no creyentes, de esta manera los antihéroes pierden su protagonismo y se ven debilitados y torpes. Implacable protección de Dios para con sus devotos. Y este desenlace central, negativo, contrapuesto al título del libro, hace que la balanza se incline por el lado de la fe y no del lado de la verdadera intención del narrador; y no como el título sugiere. Es el triunfo de Dios contra los impuros y las cuitas y el bochorno de bromistas jóvenes. Pero esto es bien recibido o bien entendido si notamos que una vena de humor recorre todo el libro. Las desventuras o la suerte adversa de “los herejes”.
- También hay personajes “hijo-pródigo” en la novela. Importante si contraponemos herejía a fe, y creencia religiosa a creencias propias.
- Tomar en cuenta analepsis, prolepsis, flashback y flashforward y el estilo digresivo del discurso a la hora de estudiar FHPLC. Algunos conceptos o ideas ya han sido objeto de reflexión.
- Preocupaciones: desdoblamiento y manejo e inversión del tiempo en la novela. (Falta aclararlo y releer novela).
- Masturbación y mata de guineos: signos que identifican la identidad hondureña, por semántica: bananeras… caribe. Asociada siempre al sexo.
- Cada paratexto de cada capítulo pertenece al editor, suponemos que a Rodríguez, quien ha organizado el material, según el prólogo, por eso se refiere al narrador, es él quien ha escogido esa distribución del texto en forma de novela caballeresca o picaresca.
- Voz que nos comunica remisiones temporales, la del editor de mimalapalabra.
- En el capítulo 6 se habla del cronista anónimo, quien observaba a los cuatro jóvenes herejes.
- ¿Qué trata de decirnos? ¿Qué implicación existe entre lo sexual y lo religioso? ¿Condiciona el erotismo?
- Guiños a amigos de parte del autor, por lo cual se le ha acusado de restarle vida a las personas reales en quienes fueron inspiradas. A este inciso aplicarle la frase de Burton.
Segundo
apunte.
Una
perspectiva nueva de lectura y por ende de interpretación, teniendo
en cuenta lo que Mieke Bal interpreta: “una
interpretación no es nunca más que una propuesta”:
Desde
una perspectiva nueva, podríamos situarnos en el olvido de la
metatextualidad de la novela y circunscribirnos a las reglas que el
narrador propone. En este sentido, el juego es el siguiente: la
responsabilidad le es propia al editor ficticio (desdoblamiento del
autor) al que le hacen entrega de la historia aún no novelada y que
él modificará a su antojo, como propone en los capítulos y en el
prólogo. Ahora bien, esto supondría el desconocimiento de los
personajes y de su biografía. Por ende, podríamos suponer que las
biografías sobre el despertar sexual de cada personaje es inventada
por el narrador y por esta razón es que encontramos esa dislocación
entre la relevancia que podrían tener sus “experiencias”
sexuales en el desarrollo de la novela, cuyo título e intención
están orientados a la desmitificación de los embaucadores
espirituales. Manejando esta tesis el autor queda indultado de lo que
el editor no logra a consolidar en la trama. Porque el editor de lo
que más habla en un comienzo es de “herejía” y no de educación
sentimental en el prólogo, asegurando que distorsionará a su antojo
la historia remitida (que imaginamos breve y adscrita con
especificidad a la tentativa de secuestro del líder religioso).
Entonces es el narrador quien no dio el ancho y se absuelve de
responsabilidad narrativa al autor. ¿Quién es el responsable? Si de
culpas se tratara…, pero la literatura no se trata de
penalizaciones (¿y de orden estético?). Pero veamos, si el autor se
desdobla, y el autor, primera capa de ficción, no logra inteligir la
totalidad de la novela como se presenta, que a su vez es la de un
editor que recaba información y mediante oficio o licencia de
escritor se permite ficcionar sobre el documento que se le ha
remitido, y que ha trastocado a conveniencia de su siquis (por qué
el empecinamiento de desvelar los goces primigenios de los 4
personajes), el autor asume doble responsabilidad, la cual le hace al
final escribir una retrospectiva de lo anteriormente novelizado en un
post scriptum.
Si
el novelista hubiera comenzado la novela en el último capítulo “El
Flash back (post scriptum)”, la novela
habría tenido otra dinámica y probablemente la observación de los
personajes acartonados no habría tenido fundamento, pues se habrían
movido al ritmo de la última parte, y se habrían “carnalizado”
(al respecto H. A. Bermúdez considera este último capítulo como el
de un “tono más maduro”).
Por
otra parte, ¿Por qué no pensar que la irreverencia de la novela
contra la iglesia y los creyentes no es sino una alegoría contra la
tradición novelesca y literaria del país? ¿Y que su acto de
socavar sus preceptos y secuestrar al pastor de la iglesia no es sino
una metáfora de su verdadera intención, frenada y canalizada hacia
otro tema de interés nacional, contra el establishment literario y
los autores ya “canonizados”? Y propongo esta idea porque todos
los personajes de la novela están ligados a la literatura –mediante
búsquedas y lecturas– y no tanto al malestar que pudiera
ocasionarles las creencias religiosas: es, más bien, una novela
contra la ignorancia y el sometimiento de añejos cánones y
costumbres pueblerinas de un país centroamericano en pleno siglo
XXI.
Para
concluir, Eco podría darnos otra pista: “El
autor no es sino una estrategia textual capaz de establecer
correlaciones semánticas, y que pide ser imitado.”
Y H. A. Bermúdez bien podría cerrar esta propuesta de lectura que
tomaba como tema el estilo digresivo en Ficción
hereje para lectores castos y que gracias a
ella se me viene la imagen del autor como un Pierre Menard hereje en
plena “educación sentimental”, con la siguiente conclusión
precisa: “A sí como en ese ejercicio
intertextual de desdoblamiento autoral, Ficción hereje… se
mantiene, en todo momento, ligera, graciosa, con un humor socarrón.
Incluso los pasajes más dramáticos o reflexivos están matizados
por bromas o sarcasmos brutales y directos.” (Hernán
Antonio Bermúdez, “Herejía y otras hierbas”).
Gustavo
Campos
2013