Infinito cercano (Editorial
Letra Negra, Guatemala, 2010) es el primer libro de relatos de Jessica Sánchez,
hasta entonces conocida como feminista infatigable, crítica literaria y poeta.
Si, como apuntaba Foucault, la labor del escritor es construir un mundo que es
el duplicado, el rival fraterno del nuestro, Jessica Sánchez ha construido en
estos relatos una secuencia de escenas que retratan, con eficacia y contenido
lenguaje, la historia de tres generaciones de mujeres (abuela, madre e hija)
sujetas a la violencia en la intimidad de la vida familiar. Este retrato de
nuestra sociedad se adscribe, con inteligencia, al feminismo liberal estudiado
por Julia Kristeva y que Toril Moi analiza con profundidad en su libro Teoría literaria feminista, como la
misma Sánchez ha expresado en una entrevista sobre la diferenciación que debe
establecerse entre ser feminista y ser escritora, la primera ideológica, la
otra, estética, pero no sin cierta vinculación.
Si bien el conjunto de relatos
narrados provienen en su mayoría de episodios biográficos, el paso del diario
íntimo al relato no le resta su particularidad estética. Al haber capturado esa
imagen con precisión ha conseguido trasmitir una experiencia de suma importancia
en nuestra sociedad. Y es aquí cuando la “realidad” se convierte en esa otra realidad,
como lo ha expresado la autora al afirmar que lo que para ella es o fue una realidad,
para quienes no han vivido esa experiencia será ficción.
Pero en sus relatos no todo es
temor y angustia, aunque sean las dos emociones más arraigadas en sus
personajes femeninos; también aparecen la ternura, la amistad y el amor, como
la hija en el relato “Insomnia”, que hace dibujitos para su madre presa de una
angustia inexplicable, y la relación con “el gordo”, con quien comparte una
amistad infranqueable y que luego de escarceos eróticos se convertirá en su
compañero de vida, entre otras. Y esto último es importante mencionarlo porque,
pese a que la imagen paterna está mancillada por el abuso físico y sexual (aparece
el incesto con una niña de ocho años que se ve obligada a llevar una “máscara”),
no generaliza esta experiencia a todos sus personajes hombres que aparecen en
el libro; en “Insomnia” y “Punto G” aparece visualizada la imagen de pareja
contrapuesta a la imagen paterna.
En Infinito cercano el mayor
protagonismo surge de las mismas historias narradas, hechos digeridos en la
memoria y que aparecen como fantasmas recurrentes que acechan a las protagonistas.
En la mayoría de las páginas que componen este breve libro la violencia es el
hilo conductor que agrupa y retrata distintas generaciones de mujeres, la
abuela, la madre y la hija, y a su vez es un retrato de la culpa y
responsabilidad concerniente a cada una de ellas por el rol que juegan en la
educación y formación de los niños en el seno del hogar. La memoria es la
responsable de albergar y procesar cada experiencia, pero es la autora quien se
encarga de disponer la manera en que retratará esos fantasmas que la acechan. Su
pretensión no es entonces la denuncia sino el ahondar en la interacción de las
relaciones familiares de esta época. Busca retratar, no generar odio. Y en su
búsqueda del retrato idóneo cada personaje se muestra y se construye y se
desvela a sí mismo (a) ante nosotros. Las mujeres hablan como mujeres, no como
sujetos salidos de un manual feminista. No hace falta la palabra, para ello está
el silencio, los gestos de los personajes.
Si lo pensamos, de cierta manera
sí retrata las relaciones y contradicciones sexuales y culturales de su época.
Por ejemplo, en “Margarita” encontramos una referencia concerniente a un grupo
de mujeres de izquierda que marchan para protestar contra una ley recién
aprobada, historia en la cual la protagonista es secuestrada y torturada, recordándonos
la crudeza de la década de los desaparecidos.
Quizás el mérito del libro resida
en que su trama biográfica, una vez narrada, convertida en ese otro lenguaje,
en ficción, nazca como una verdad que puede llegar a ser o considerarse como
absoluta tan solo porque encuentra su sentido exacto en lo provisorio de la
construcción imaginaria y en la memoria. Y en ese despliegue, que nos duele, retrata
a mujeres prisioneras de un modelo de sociedad, pero también su liberación. Es reflejo
además de una aspiración y anhelo de olvidar mediante la creación de esta secuencia
de imágenes o escenas, ese momento único que es la literatura, y el acto de
escribir como una especie de “sanación”. El lector entenderá que detrás de
estas páginas en las que la mujer vive bajo el signo de la opresión y la violencia,
hay algo más; en lo más profundo, este es un libro de la liberación de la mujer
por medio de la escritura.
Así que no hace falta descifrar Infinito cercano, basta con descubrirlo
y horrorizarnos al afrontar ese espejo fraterno que nos muestra como individuos
y como parte de un colectivo llamado la familia.
Por el momento, los lectores
quedamos a la espera de su siguiente libro, uno donde muestre mayor destreza
técnica en sus relatos y que confirme el otro importante paso que dan los
escritores de oficio, el perfecto equilibrio entre el aspecto formal y el contenido.
Por el momento nos quedamos con su hallazgo y mérito, conscientes de que lo que
hacemos en esta nota es apenas una primera lectura.
Gustavo Campos