miércoles, 29 de mayo de 2013

Un retrato de la intimidad: Infinito cercano. Jessica Sánchez.

portada del libro


Infinito cercano (Editorial Letra Negra, Guatemala, 2010) es el primer libro de relatos de Jessica Sánchez, hasta entonces conocida como feminista infatigable, crítica literaria y poeta. Si, como apuntaba Foucault, la labor del escritor es construir un mundo que es el duplicado, el rival fraterno del nuestro, Jessica Sánchez ha construido en estos relatos una secuencia de escenas que retratan, con eficacia y contenido lenguaje, la historia de tres generaciones de mujeres (abuela, madre e hija) sujetas a la violencia en la intimidad de la vida familiar. Este retrato de nuestra sociedad se adscribe, con inteligencia, al feminismo liberal estudiado por Julia Kristeva y que Toril Moi analiza con profundidad en su libro Teoría literaria feminista, como la misma Sánchez ha expresado en una entrevista sobre la diferenciación que debe establecerse entre ser feminista y ser escritora, la primera ideológica, la otra, estética, pero no sin cierta vinculación.

Si bien el conjunto de relatos narrados provienen en su mayoría de episodios biográficos, el paso del diario íntimo al relato no le resta su particularidad estética. Al haber capturado esa imagen con precisión ha conseguido trasmitir una experiencia de suma importancia en nuestra sociedad. Y es aquí cuando la “realidad” se convierte en esa otra realidad, como lo ha expresado la autora al afirmar que lo que para ella es o fue una realidad, para quienes no han vivido esa experiencia será ficción.

Pero en sus relatos no todo es temor y angustia, aunque sean las dos emociones más arraigadas en sus personajes femeninos; también aparecen la ternura, la amistad y el amor, como la hija en el relato “Insomnia”, que hace dibujitos para su madre presa de una angustia inexplicable, y la relación con “el gordo”, con quien comparte una amistad infranqueable y que luego de escarceos eróticos se convertirá en su compañero de vida, entre otras. Y esto último es importante mencionarlo porque, pese a que la imagen paterna está mancillada por el abuso físico y sexual (aparece el incesto con una niña de ocho años que se ve obligada a llevar una “máscara”), no generaliza esta experiencia a todos sus personajes hombres que aparecen en el libro; en “Insomnia” y “Punto G” aparece visualizada la imagen de pareja contrapuesta a la imagen paterna.

En Infinito cercano el mayor protagonismo surge de las mismas historias narradas, hechos digeridos en la memoria y que aparecen como fantasmas recurrentes que acechan a las protagonistas. En la mayoría de las páginas que componen este breve libro la violencia es el hilo conductor que agrupa y retrata distintas generaciones de mujeres, la abuela, la madre y la hija, y a su vez es un retrato de la culpa y responsabilidad concerniente a cada una de ellas por el rol que juegan en la educación y formación de los niños en el seno del hogar. La memoria es la responsable de albergar y procesar cada experiencia, pero es la autora quien se encarga de disponer la manera en que retratará esos fantasmas que la acechan. Su pretensión no es entonces la denuncia sino el ahondar en la interacción de las relaciones familiares de esta época. Busca retratar, no generar odio. Y en su búsqueda del retrato idóneo cada personaje se muestra y se construye y se desvela a sí mismo (a) ante nosotros. Las mujeres hablan como mujeres, no como sujetos salidos de un manual feminista. No hace falta la palabra, para ello está el silencio, los gestos de los personajes.

Si lo pensamos, de cierta manera sí retrata las relaciones y contradicciones sexuales y culturales de su época. Por ejemplo, en “Margarita” encontramos una referencia concerniente a un grupo de mujeres de izquierda que marchan para protestar contra una ley recién aprobada, historia en la cual la protagonista es secuestrada y torturada, recordándonos la crudeza de la década de los desaparecidos.

Quizás el mérito del libro resida en que su trama biográfica, una vez narrada, convertida en ese otro lenguaje, en ficción, nazca como una verdad que puede llegar a ser o considerarse como absoluta tan solo porque encuentra su sentido exacto en lo provisorio de la construcción imaginaria y en la memoria. Y en ese despliegue, que nos duele, retrata a mujeres prisioneras de un modelo de sociedad, pero también su liberación. Es reflejo además de una aspiración y anhelo de olvidar mediante la creación de esta secuencia de imágenes o escenas, ese momento único que es la literatura, y el acto de escribir como una especie de “sanación”. El lector entenderá que detrás de estas páginas en las que la mujer vive bajo el signo de la opresión y la violencia, hay algo más; en lo más profundo, este es un libro de la liberación de la mujer por medio de la escritura.

Así que no hace falta descifrar Infinito cercano, basta con descubrirlo y horrorizarnos al afrontar ese espejo fraterno que nos muestra como individuos y como parte de un colectivo llamado la familia.


Por el momento, los lectores quedamos a la espera de su siguiente libro, uno donde muestre mayor destreza técnica en sus relatos y que confirme el otro importante paso que dan los escritores de oficio, el perfecto equilibrio entre el aspecto formal y el contenido. Por el momento nos quedamos con su hallazgo y mérito, conscientes de que lo que hacemos en esta nota es apenas una primera lectura.



Gustavo Campos